- Obtener enlace
- X
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
- Obtener enlace
- X
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
Amigos, hoy quiero que reflexionemos juntos sobre algo muy importante:
¿De verdad confesamos nuestros pecados con dolor de corazón y propósito de cambiar?
¿O simplemente decimos palabras vacías, pensando que con eso basta?
Déjenme contarles una historia impactante:
Un obispo, sabiendo que su muerte estaba cerca, fue advertido de parte de Dios que debía confesarse. Para convencerlo, alguien incluso le mostró una señal milagrosa: un dedo cubierto de pez ardiente, como prueba de que San Francisco de Asís le pedía confesar.
Movido por el temor y la devoción que tenía hacia San Francisco, el obispo se confesó… y murió poco después.
Hasta aquí, parece todo correcto, ¿verdad?
Pero no. Cuatro días después, en pleno funeral, algo impresionante ocurrió:
¡El cuerpo del obispo se levantó de su tumba!
Y habló.
Dijo:
"No huyáis. Aunque de verdad morí, ahora he resucitado. Cuando mi alma fue llevada al juicio, fui condenado… porque, aunque exteriormente me confesé, no tuve verdadero dolor de mis pecados, ni la intención real de apartarme de ellos. Pero por la intercesión de San Francisco, Dios me dio veinte días más para hacer verdadera penitencia. Luego, moriré definitivamente."
¿Qué nos enseña esto?
Que no basta con decir palabras en la confesión.
No basta con sentir un dolor superficial o con hacer propósitos débiles que se olvidan al salir del confesionario.
Se necesita un dolor verdadero, un rechazo sincero del pecado, y un firme propósito de cambiar y huir de las ocasiones que nos llevan a caer.
Así como dijo San Agustín en sus Confesiones:
"Señor, ya veía la vida que me ofrecías… sabía que debía dejar mis vicios y caminar por el sendero angosto de la virtud, pero dentro de mí sentía una gran resistencia."
¿Les suena conocido?
Todos sentimos esa lucha interior.
Todos tenemos repugnancia a dejar lo que nos da placer inmediato, aunque sabemos que nos aleja de Dios.
Entonces, ¿qué hacer?
Reconocer nuestras resistencias.
Luchar, aunque cueste.
Pedir ayuda a Dios y a los santos.
Confesarnos con verdadero dolor.
Tener un propósito firme de alejarnos del pecado, no solo de palabra, sino con acciones concretas.
Porque, al final, como bien dijo Jesús:
"No todo el que me diga 'Señor, Señor' entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre."
Hermanos, no dejemos pasar el tiempo. Hagamos una confesión de corazón, no sólo de boca. Cambiemos mientras tenemos vida, mientras todavía hay tiempo.
Amén.
- Obtener enlace
- X
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
Comentarios
Publicar un comentario