Un monje cisterciense ,fue combatido

el saludable temor de la muerte

 


Vernos que San Agustín, después de su conversión, se retiró durante largo tiempo a un pequeño desierto, para pedir a Dios la gracia de perseverar en sus buenos propósitos. Y siendo obispo, pasaba buena parte de sus noches en oración. San Vicente Ferrer, que tantas almas llevó al buen camino, decía que nada es tan poderoso como la oración para convertir a los pecadores, y que la oración es semejante a un dardo que atraviesa el corazón del pecador.

Bien podemos decir que la oración lo hace todo: ella es la que nos da a conocer nuestros deberes, ella la que nos pone de manifiesto el estado miserable de nuestra alma después del pecado, ella la que nos procura las disposiciones necesarias para recibir los sacramentos; ella la que nos hace comprender cuán poca cosa sean la vida y los bienes de este mundo, lo cual nos lleva a no aficionarnos demasiado a lo terreno; ella, por fin, es la que imprime vivamente en el espíritu el saludable temor de la muerte, del juicio del infierno y de la pérdida del cielo. Si tuviésemos el acierto de orar siempre bien, pronto seríamos unos santos penitentes. Vemos que San Hugo obispo de Grenoble, nunca se cansaba de rezar el Padre nuestro. Se le dijo que aquello podía contribuir a aumentar su dolencia; respondió: «Al contrario, esto causa alivio».


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