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En el mismo año que decapitaron al rey, Córcega
declaraba su independencia de Francia.
Bonaparte, que era teniente coronel de la guardia nacional, huyó al continente con su familia. A partir de ese momento comenzó su meteórica carrera. Ascendió a general con veinticuatro años, y dos años más tarde salvó al gobierno revolucionario de una insurrección en París. En 1796, fue nombrado comandante del ejército francés en Italia, donde luchó contra Austria y sus aliados y conquistó para su país la República Cisalpina, la República Ligur y la República Transalpina, según él mismo las bautizó. Poco después comandó una expedición a Egipto, que en aquel entonces estaba dominado por los turcos. Conquistó el país del Nilo, reformó la administración y la legislación egipcias, abolió la servidumbre y el feudalismo y dejó en la tierra de los faraones a un buen grupo de eruditos franceses, con la misión de estudiar la milenaria historia de Egipto así como de realizar excavaciones arqueológicas.
Empezó odiando a los tiranos y acabo siendo un genocida incansable. Las napoleónicas son las guerras más cruentas después de las dos mundiales. Entre 3,5 y 6,5 millones de militares y civiles muertos.
Juzgar una época desde otra es complicado. Las guerras eran una extensión de la diplomacia, pero sin pretensión de exterminio. Aunque Napoleón llega a un momento en que sí pretende aniquilar a los ejércitos enemigos. Porque quiere ser el amo del mundo. Por eso escribo que tiene un punto ridículo, como de malo de película. Decía querer la paz, pero siendo el amo de todo. Algo así como: «Tengo aquí unos principios que vienen de la Revolución francesa y os voy a modernizar, pero mando yo en todo». Como un dictador. Como un jefe de clan
Cuando regresó a Francia, Napoleón se unió a una conspiración contra el gobierno jacobino y participó en el golpe de Estado en noviembre de 1799. Se establece un nuevo régimen en el que Napoleón dispondrá de poderes prácticamente absolutos. Crea una Constitución en 1802 y se proclama emperador dos años después, cuando ya casi toda Europa había caído a sus pies.
Napoleón y la Masonería
Un texto masón de 1806, correspondiente al Gran Oriente de Francia, afirma que tras siglos de persecución, la Masonería «reposa bajo los auspicios de un príncipe (El Emperador Napoleón! que se ha declarado protector de la orden masónica después de haber participado él mismo en nuestros trabajos...».
Lo cierto es que Bonaparte jamás afirmó abiertamente ser masón, aunque sí lo era su padre ymuchos de sus familiares y allegados, a quienes el emperador orientó para que entrasen en dicha
Orden. Su hermano Luis fue Maestro masón, mientras que
José, breve usurpador del trono de
España, alcanzó el grado de Gran Maestre.
Para los investigadores de lo conspirativo, la Europa
napoleónica y el imperio que consiguió
construir fue posible gracias a la sabia intervención
de varios seguidores de los Illu-minati.
Recordemos que lo que había perseguido siempre esta
ancestral sociedad secreta era un gobierno
mundial, y aquello parecía ser un buen comienzo, ya que el propósito de Napoleón Bonaparte no era otro que crear una federación europea de pueblos libres.
EL RETORNO DE LOS REYES MEROVINGIOS
No sólo los masones e illuminati estaban interesados en Napoleón. A espaldas del emperador, otra sociedad secreta menos conocida y aún más extraña gestaba una trama oculta: sentar en el trono francés a la dinastía merovingia de los primeros reyes de Francia, e impulsar que su dominio englobara a toda Europa.
Los grupos que estaban detrás de la trama que conoceremos seguidamente les resultarán familiares a los lectores de la primera obra de Dan Brown, El Código Da Vinci. Nos referimos al Priorato de Sión, la hermandad secreta precursora de la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, más conocidos como Orden del Temple.
Los templarios, según parece, tenían la misión de preservar la descendencia de la sangre real que portaba el hijo de Jesús y María Magdalena, cuya descendencia se había extendido generación tras generación hasta fundar la dinastía de los reyes merovingios. La idea no sólo resulta extemporánea, sino también un tanto inverosímil. Meroveo, el legendario jefe bárbaro cuyo nombre tomó la dinastía franca asentada en la Galia, era un pagano de origen germánico, que poco o nada pudo tener que ver con los presuntos hijos de Jesús. Pero tenemos que barajar la idea de que en la historia todo es posible...
NAPOLEÓN Y SU ESPOSA MEROVINGIA
El emperador Napoleón no sabía cuan cerca de sí tenía la sangre real merovingia. Según la leyenda, los miembros del Priorato de Sión se ocuparon de producir un encuentro fortuito entre Napoleón y Josefina, que videntes, magos y conspiradores se encargarían de avivar para que fructificase y conseguir que ambos se casaran.
Marie-Joséphe Rose Tascher de la Pagerie, más conocida como Josefina, era la viuda del vizconde de Beauharnais, que había sido guillotinado durante la Revolución. Fruto de ese matrimonio habían nacido dos hijos, Eugenio y Hortensia, que pertenecían a la dinastía merovingia por herencia de la familia de su ajusticiado padre. Con la boda y la posterior adopción por parte de Napoleón de los
hijos de su esposa, la dinastía merovingia volvía a estar en el trono de Francia. Es más, la niña, Hortensia de Beauharnais, llegaría a ser la esposa de Luis I Bonaparte, hermano de Napoleón, al tiempo que madre del creador del segundo Imperio Francés, Napoleón III.
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