su estrategia principal es atrapar al hombre en sus propias negligencias

¿Qué enseña la Iglesia sobre el yoga?



La Iglesia Católica ha condenado la práctica del yoga en dos documentos de especial interés:

“Entre las tradiciones que confluyen en la Nueva Era pueden contarse: las antiguas prácticas ocultas de Egipto, la cábala, el gnosticismo cristiano primitivo, el sufismo, las tradiciones de los druidas, el cristianismo celta, la alquimia medieval, el hermetismo renacentista, el budismo zen, el yoga, etc. En esto consiste lo «nuevo» de la Nueva Era. Es un «sincretismo de elementos esotéricos y seculares»” Jesucristo, Portador del agua de la vida, 2.

En este documento se nos enseña que tanto el budismo zen como el yoga son parte de la Nueva era, y tienen elementos esotéricos y sincréticos. De esta forma lo hacen inadecuado para los cristianos. Pero también, tenemos otro documento que, si bien no menciona específicamente el yoga más que en su nota “1”, si nos establece unos criterios muy interesantes sobre esta disciplina y otras similares:

La oración cristiana está siempre determinada por la estructura de la fe cristiana, en la que resplandece la verdad misma de Dios y de la criatura. Por eso se configura, propiamente hablando, como un diálogo personal, íntimo y profundo, entre el hombre y Dios. La oración cristiana expresa, pues, la comunión de las criaturas redimidas con la vida íntima de las Personas trinitarias. En esta comunión, que se funda en el bautismo y en la eucaristía, fuente y culmen de la vida de Iglesia, se encuentra contenida una actitud de conversión, un éxodo del yo del hombre hacia el Tú de Dios. La oración cristiana es siempre auténticamente personal individual y al mismo tiempo comunitaria; rehúye técnicas impersonales o centradas en el yo, capaces de producir automatismos en los cuales, quien la realiza, queda prisionero de un espiritualismo intimista, incapaz de una apertura libre al Dios trascendente. En la Iglesia, la búsqueda legítima de nuevos métodos de meditación deberá siempre tener presente que el encuentro de dos libertades, la infinita de Dios con la finita del hombre, es esencial para una oración auténticamente cristiana. 
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