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Refiere San Antonino que una viuda, persona de mucha devoción, habiendo tomado amistad con un joven, acabó por pecar con él.
Se dio a penitencias y a hacer limosnas, y hasta llegó
a ingresar en un convento.
Pero nunca se resolvía a confesar su
pecado.
La hicieron abadesa y acabó sus días
en olor de santidad.
Una noche, una monja, haciendo oración en el coro, oyó
un fuerte fragor y vio una sombra envuelta en llamas. Preguntó quién era, y la
sombra respondió:
—Soy el alma de la abadesa; estoy en
el infierno.
— ¿Y por qué?
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