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El corazón humano tiene alas eternas para volar a Dios, alas que el demonio no ha podido arrancarle, alas con las que siempre vuela, y lo más que Luzbel con toda su fuerza y su poder ha podido conseguir, es torcer ese vuelo, fascinando al corazón y presentándole su dios allí donde Dios no está. El corazón dominado por el demonio, vuela con esas alas de engaño a engaño, de ilusión en ilusión, de falso dios en falso dios, hasta llegar a la tumba donde el hombre se arroja hambriento y desesperado. Esas magníficas alas del corazón se llaman virtudes teologales; son la fe, la esperanza y la caridad. Todos los hombres, todos los pueblos han creído, todos han palpitado de esperanza, todos han consagrado al amor su vida entera. Hoy se han inventado una especie de locos repugnantes que se llaman ateos y dicen no tener fe, ni esperanza, ni amor. ¡Oh! ¡y cuánta sería la desgracia de estos hombres si fuera cierto lo que dicen! pero es una mentira; una mentira tanto más triste y ridícula cuanto que sus mismos autores se esfuerzan en persuadirse de ella. No tienen fe, y están llenos de credulidad estúpida, y son los. utopistas por excelencia! ¡no tienen esperanza, y el frecuente suspiro que de su pecho se escapa indica una ilusión para mañana! ¡no adoran a Dios, pero en cambio. adoran todo lo demás! Fé, esperanza, caridad, sois divinas como virtudes que sois; vuestro poder os tal, que todo el del infierno ha sido siempre impotente para arrancarnos del corazón humano; sois como el divino sello que Dios ha puesto a sus hijos para reconocerlos por suyos; sois, en fin, como he dicho antes, las alas del corazon con que se lanza al espacio infinito, con las que vuela sin cesar buscando a Dios, cuya imágen lleva escondida y le enamora de tal suerte, que no tendrá sosiega ni descanso hasta que se una al objeto de su amor. Con la Fé le conoce, con la esperanza le busca, con la caridad le desea. ¿En dónde estás ineficiente ser, que te siento y no te toco, que te amo y no te veo, El rico, el sensual, el ambicioso extravió el vuelo de su corazón; le mostraron en las riquezas, placeres y honores a su Dios, ¿voló hacia él y se estrelló contra un ídolo inmundo?
Por el contrario, hay seres humildes que hallaron a su inefable objeto, y tranquilos y felices gozan entre lágrimas, sonríen entre estrecheces, se extasía entre privaciones. Cuántas veces al hablar con las pobres religiosas enclaustradas, en cuya sencilla conversación encuentro dulce encanto, he oído estas frases que salían de lo íntimo del alma «Era yo tan feliz en mi convento! ¡vivía tan cerca de mi Dios! ¡era tan tierna, tan amable mi íntima familiaridad con EL! Perdida hoy en este mundo desconocido, cuyo ruido me aturde, cuya indiferencia me aflige, cuya impiedad me espanta, no encuentro a mi Dios tan pronto como en mi dulce soledad. Hoy el hallarle me cuesta lágrimas. Allí era yo muy feliz; aquí lo soy también, pues sufro porque ÉL lo quiere.» Comparar a esta criatura afligida en todo, pero cuyo tranquilo corazón no sufre hambre devoradora, con el monarca poderoso y feliz, pero por demás hambriento y miserable. Esa hambre del corazón ha sido descrita por el divino Jesús en la parábola del Hijo pródigo. Este infeliz, alejado de la casa de su padre, fué a un país donde había hambre, y él la sufrió tan terrible, que envidiando hartarse de las bellotas de los puercos que guardaba, y de los que era como el esclavo, a la manera que el hombre pecador lo es de las pasiones y vicios que guarda y apacienta, nunca se veía harto, y con razón, porque la bellota no puede alimentar el -noble cuerpo del hombre, así como el goce material de las pasiones no puede saciar al alma cuyo santo alimento está en los cielos. Un día este infeliz hambriento recordó que en la casa de su tierno padre aun los criados estaban satisfechos; levantase con firme resolución, caminó de día y de noche...... su buen padre le esperaba y le salió al encuentro; el Hijo pródigo cayó a sus pies y habiendo obtenido su perdón, pasó a hartarse en el festín que le estaba preparado, símbolo del festín divino que se llama la EUCARISTÍA.
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