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Cuando san Agustín, cuando tenía de diez y siete de edad, continuaba todavía sus estudios en Cartago, donde en el año 373 fue seducido por los Maniqueos y persuadido a abrazar esta herejía.
Informada Mónica de este infortunio, lloró esta muerte espiritual con mucha más amargura que lo hacen las demás madres cuando ven conducir a un hijo al sepulcro; y no quiso vivir bajo el mismo techo con él, ni comer en una misma mesa. "Vos habéis oído sus oraciones," dice S. Agustín a Dios, "y no habéis desatendido sus lágrimas; porque derramó torrentes en vuestra presencia en cuantas partes ofreció sus preces a DIOS,
Se digno el Todopoderoso de darle una señal segura de haber sido oída, en un sueño, que se consideraba muy acongojada, y que un joven lleno de luz brillante le preguntó la causa de su pena, y le mandó enjugar las lágrimas, diciendo: 'vuestro hijo está con vos.' Y extendiendo la vista al lugar a que le señalaba, vio a Agustín sobre la misma línea, o vara, en que se consideraba por el sueño la afligida madre. Esta contó a su hijo el sueño, y habiendo inferido este de su contexto misterioso que la madre vendría a adoptar sus opiniones en materia de Religión, le respondió esta: 'no, no se me ha dicho a mí en él que yo adoptaré las tuyas, sino que tú adoptarías las mías. No estoy yo contigo,' dijo el sueño, 'sino tú conmigo.' Grande impresión hizo en el hijo esta aguda respuesta, y en efecto, después de su conversión, confiesa S. Agustín haber sido una amonestación celestial: con la que la madre adoptaría sus opiniones en materia de religión." Corrigiendo el texto:
Agustín tenía veintinueve años cuando resolvió marchar a Roma con la mira de enseñar retórica. La santa procuró disuadirle de aquel pensamiento, temiendo que por esta causa se dilatase la obra de su conversión, y determinó seguirle por los mares con la resolución de hacerle volver atrás o de acompañarle el tiempo que estuviese en Italia. Él fingió que no tenía intención de hacer este viaje para evadir de este modo sus importunidades. Mientras la madre pasaba la noche en una capilla de San Cipriano en aquellas comarcas, él huyó sigilosamente y se hizo a la vela. "Yo la engañé", dice San Agustín, "con una mentira mientras ella estaba orando y llorando por mí. ¿Y qué os pedía, Dios mío, ¿sino que no permitieseis que me embarcase? Pero vos oísteis por vuestra bondad su principal súplica, que era que yo me empleara todo en vuestro servicio." Corrigiendo el texto:
"Negasteis lo que entonces pedía, por concederle lo que siempre había pedido. A la mañana siguiente, cuando vino la madre y vio que el hijo había salido, quedó sorprendida de un dolor y de una pena inexplicables. Sin duda, Dios quiso castigar con este sentimiento su demasiada terneza humana, y su sabiduría permitió que con esto sus pasiones llegaran al término en el que había decretado curarla de ellas.
Luego que llegó a Roma, cayó gravemente enfermo; y atribuye el mismo su convalecencia a las oraciones de su madre, aunque entonces aún no sabía esta su situación; reconociendo que a sus ruegos Dios no había querido quitarle la vida en su impenitencia. Desde Roma pasó a Milán en el año 384 a enseñar retórica, y convencido por S. Ambrosio de los errores de su secta, renunció a aquella herejía. Aunque no por esto quedó fijo enteramente en la verdad, fluctuando en opiniones sobre el examen de aquellos artículos.
Mónica determinó seguirle, y en una gran tormenta animó a los marineros en medio del peligro, asegurándoles en virtud de una visión que llegarían indudablemente a un puerto seguro. Cuando se vieron madre e hijo en Milán, este aseguró que ya no era maniqueo; pero no cesó la Santa de llorar y pedir al Señor por su entera conversión. Respetó siempre a S. Ambrosio como a médico espiritual del alma de aquel joven; y se deleitaba con admiración en oír sus bellos y sólidos discursos. S. Ambrosio prohibió en Milán la costumbre de llevar pan y vino a los sepulcros de los mártires; y habiendo ido Mónica a ofrecer estas ofrendas, fue detenida por el portero. Informada la Santa de aquella prohibición, cuidó más de condenar aquella práctica con la sencillez de la obediencia, que de preguntar la razón de la prohibición que se le intimaba. En consecuencia, de esto, se contentó en adelante."
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