su estrategia principal es atrapar al hombre en sus propias negligencias

Le pareció que lo llevaban ante el tribunal de Dios y que los demonios le reprochaban toda su mala vida



 Un caballero veneciano, llamado Antonio Jofrido, vivía tan licenciosamente que era el escándalo de toda la ciudad. En medio de esta mala vida, conservaba una cosa buena: cada vez que le venía a la memoria la Santísima Virgen, le decía en su corazón: "Señora, vuelve hacia mí tus ojos misericordiosos". Dios quiso corregirlo y apartarlo de los malos pasos en los que andaba, así que le dio una peligrosa enfermedad en la cual fue gravemente atormentado de noche y día con agudos y acerbos dolores que no le dejaban reposar. Estos dolores se intensificaron con una temerosa y horrible visión.

Le pareció que lo llevaban ante el tribunal de Dios y que los demonios le reprochaban toda su mala vida, agravando sus pecados y maldades, pidiendo a la Divina Justicia que, ya que era suyo, se le entregara para darle el castigo que sus culpas merecían. El hombre triste enmudeció, sin saber qué responder, y lleno de pavor y miedo, al ver al Juez agraviado y sin nadie que le valiera, notó que el Juez pronunciaba con gran severidad y rigor la sentencia de condenación eterna, entregándolo a los demonios para que lo atormentaran y le dieran su merecido castigo.

En este conflicto, el hombre no desesperó; más bien, con mucho dolor y lágrimas, comenzó a rogar al Juez que le perdonara y alargara la vida, prometiendo hacer una penitencia verdadera de sus culpas y un gran cambio en sus costumbres y vida. Mientras estaba en esto, le pareció que despertaba de un sueño profundo, lleno de pavor, temblando y temiendo el castigo. Se refugió en la Madre del Juez, María Santísima, rogándola con gran humildad que fuera su patrona y abogada en tan grande peligro, prometiéndole ir en peregrinación a su santa casa de Loreto si le alargaba la vida para hacer penitencia de sus pecados.

Apenas había terminado de hacer el voto cuando la Virgen Santísima se le apareció visiblemente y lo consoló, diciendo que, por su intercesión, su Hijo le había concedido la vida y que no moriría de esa enfermedad. También le instó a que enmendara su vida, dejara los malos tratos y pasos en los que andaba. Él prometió hacerlo y dio grandes votos de su casa para que vieran y adoraran a la Virgen Santísima. Todos acudieron y vieron el gran resplandor que dejaba y cómo se elevaba al cielo.

El enfermo sanó en poco tiempo y cumplió su peregrinación a la santa casa de Loreto para cumplir su voto.

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