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Vivían en Ciudad Real dos casados, Francisco Fernández y María Hernández, con mucha paz, teniendo un hijo en quien ambos habían depositado todo su cariño. Creció este, y lo educaron como buenos cristianos, en la observancia de la ley y devoción a la gran Reina del Cielo, María Santísima, con lo cual se ganó no solo la estima de sus padres sino también la de todos en la ciudad.
Un día, siendo de doce años, intentando sacar agua de un pozo muy profundo, al no asegurar bien los pies, cayó dentro sin que nadie pudiera socorrerle. Su madre le buscó por todo el barrio, conocido como el de la Morería, y al no encontrarle, acechó por la boca del pozo, donde descubrió una figura. Al hacerle reconocer, descubrieron al muchacho ahogado.
Fue en este momento cuando la madre, casi perdiendo la razón, corrió desesperada al templo donde veneraban la tan célebre imagen de Nuestra Señora del Prado. Gritando con voces muy elevadas, dijo: "Virgen Santísima del Prado, socorredme volviendo a la vida al que, por el gran cariño que le tengo, es vuestro devoto; poniéndose delante de la santa imagen y envuelta en suspiros, le presentó esta petición: "Señora, todo el mundo os venera como la más piadosa y agradecida. Pues, Virgen pura, una de dos, o esos títulos se han de borrar, o mi hijo ha de vivir. Desde el día que nació, sabéis, Señora, que os lavo con mis manos toda la ropa blanca que se necesita para vuestra sacristía y altar.
¿Qué agradecimiento o qué piedad será dejarme ahora con este dolor y sentimiento? Vamos, Madre de los afligidos, no me levantaré de aquí hasta que vea a mi hijo socorrido". Movida por estas palabras, la gran Reina, para hacer más grande el prodigio, habló a la mujer de esta manera: "Mucho me conmueve el título de agradecida que me representas.
Anda, ve a tu casa, y para que veas cuánto aprecio hago de lo que por mí se hace, con esos mismos dedos con los que lavaste la ropa, tócale la garganta y la boca a tu hijo, poniéndolos dentro de ella; con eso volverá a la vida". No necesitó que se lo dijera dos veces; de inmediato, la mujer voló a su casa, le puso los dedos en la boca, ahondando todo lo que pudo hacia la garganta, y de repente, el que yacía como un cadáver se levantó sano y salvo.
Este milagro se volvió muy célebre en toda la dichosa ciudad, que en mi opinión lo es en gran medida gracias a los principios y aumentos experimentados por esta santa imagen, a la cual debe su actual prosperidad.
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