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DÍA 7 DE JULIO. Un día en el que Madrid experimentó la mayor aflicción que hasta entonces se había presenciado: el voraz incendio de la Plaza Mayor en el año 1631. A este incendio muchos le atribuyeron, con bastante fundamento, furias diabólicas que lo provocaron, ya que varios labradores afirmaron haber escuchado horribles aullidos en el aire cerca del puente de Toledo aquella mañana.
El fuego se desató en dos puntos de un lienzo completo de los cuatro que conforman la plaza. El grito, la confusión y la angustia se propagaban con la llama, dado que en una plaza tan densamente poblada, con edificios tan altos, construcciones tan inflamables y ubicada en un lugar rodeado de otras calles, ¿qué podía haber más que lamento y horror? Era como un cuadro del infierno, si es que uno puede imaginarse algo así con fuego.
Dada la repentina magnitud del incendio, los alcaldes, corregidor y demás autoridades consideraron inútil buscar un remedio humano para sofocarlo. Así que recurrieron al divino, llevando el Santísimo Sacramento por tres puntos y, por todas las calles posibles, reliquias e imágenes de santos.
Entre ellas, trajeron la imagen de Nuestra Señora de la Soledad, la llevaron por la Plaza y, después de realizar una solemne procesión, la colocaron junto a la Panadería, bajo el balcón desde donde observan las majestades las celebraciones, justo frente a la parte más feroz y ardiente del incendio.
Mientras la imagen estaba así ubicada y la gente de la Plaza veía cómo el fuego amenazaba rápidamente con destruirlo todo, uno de los presentes, al ver que el incendio avanzaba velozmente hacia la ruina total, comentó: "Si dispararan un tiro de artillería desde esa dirección, derribarían la estructura ardiendo y apagarían el fuego de abajo, sofocándolo con la tierra de los tabiques. Así se descubriría la parte más afectada por el fuego y se podría hacer algo para remediarlo". En ese momento, una mujer respondió: "Tenemos un buen tiro dirigido hacia nuestra Señora de la Soledad".
¡Oh maravilla! Apenas la mujer pronunció estas palabras, ante la vista de todos los presentes, toda esa estructura de seis o siete pisos de viviendas se derrumbó repentinamente por la misma parte que tanto se esperaba, logrando así la total solución. No solo se logró lo que se esperaba, sino que el incendio se extinguió puntualmente, considerándose este como el principal milagro de esta Sagrada imagen.
Digo "principal" porque otro milagro ocurrió al mismo tiempo. Juan de Quintana, en el punto más alto de las casas en llamas y acompañado por un religioso capuchino que descolgaba una pintura de Nuestra Señora de la Soledad, vio cómo toda la estructura de abajo se hundía. El religioso quedó con la imagen en las manos, mientras Juan de Quintana se aferraba a sus hábitos y le dijo: "Ánimo, Padre, que Nuestra Señora de la Soledad va con nosotros". Encomendándose a ella, cayeron en lo más ardiente del incendio, pero ambos salieron ilesos e indemnes.
Por este milagro, junto con la circunstancia de que el hombre y la mujer mencionaron el tiro, creo que a esta imagen se le debe atribuir el mérito de evitar que Madrid fuera consumida o aniquilada por el incendio que había prendido vorazmente en el corazón de la ciudad. Aunque no ignoro lo que algunos apasionados de otras imágenes han escrito en repetidas historias, a nosotros nos preocupa poco a qué imagen se le atribuya, ya que sabemos que la gran Reina, a quien todas sus imágenes representan, obró el prodigio, consolando a todo Madrid y, con ello, a toda España.
Además, podríamos añadir que los afectos de la Soledad (de la cual, aunque indigno, confieso tener una inclinación particular) no son una mala circunstancia, ya que esta imagen se ha creado con madera encendida en un asunto de tanta importancia.
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