su estrategia principal es atrapar al hombre en sus propias negligencias

una Señora más resplandeciente que el sol



Refiere Dionisio Cartusiano y muchos otros que hubo un mancebo tan bien inclinado y de natural tan dócil que ningún ejercicio de virtud le resultaba pesado, ni cosa alguna que le pidieran por la gran Reina.la virgen maria  le resultaba difícil. Con esta buena disposición, necesitó poco para enamorarse tan profundamente de esta Señora que día y noche no pensaba en otra cosa que en la hermosura de su Reina. Continuamente le oían decir: "Ay, quién pudiera ver, aunque no fuese sino una hora, a la Madre de mi Dios. Ay, si yo fuese tan dichoso, qué de cosas le diría". 

En una ocasión, sus hermanos le oyeron decir esto y le preguntaron qué le diría a la Virgen si la viera. "Le diría", respondió, "querida mía, bien mío, vida de mi alma, dulce dueño de mis sentidos; todo esto le diría, y mucho más, que guardo en mi corazón".

Este buen mozo tenía la costumbre de rezar todas las noches, antes de acostarse, una Ave María como señal de que encomendaba su cuerpo y alma en manos de la Santísima Virgen. 

Apenas hubo rezado una noche, cuando de repente vio entrar a una Señora más resplandeciente que el sol y más hermosa que todos los astros juntos, la cual le dijo: "Hijo muy amado, óyeme". El devoto mancebo se levantó al instante y de rodillas dijo: "Diga mi Madre y todo mi consuelo; pero, Madre mía, no digáis nada, sino quedaos así un poquito, dejadme que os mire bien, y después que os haya mirado bien, y visto una y otra vez, diréis cuanto queráis, que yo no sé dónde me estoy de gozo". "Eso mismo es", dijo la gran Reina, "lo que te quería decir, que me mirases bien y a tu gusto, y después quiero que me digas cuán hermosa te he parecido". "Ay, Madre mía", decía el devoto, "¿no hay más que decir cuán hermosa sois? 

Yo, Señora, no quiero sino mirarte". De esta manera estuvo una hora mirando a la gran Reina y dejándose esta suma bondad ver y contemplar por su devoto. Pasada ella, nuestra Señora volvió a preguntarle qué le había parecido. 

Él con santa sencillez le dijo: "Más hermosa me has parecido que las mañanas de abril; más linda que la luna cuando en el lleno ostenta sus resplandores; más linda que el sol al amanecer; y mi corazón se ha alegrado tanto con tu vista como los ruiseñores al despuntar el alba. Esto es, Señora, lo que me ha parecido tu hermosura; y si yo logro otra hora gozando de tan deliciosa y regalada presencia, aún te diré otras cosas". "Basta, hijo mío", dijo la gran Reina, "lo que has gozado de mi presencia esta hora; y no me olvidaré de ti". "Cómo, Señora?", dijo el devoto; "yo, Madre mía, ya no puedo vivir sin vos", y se asió del manto.

de la gran Reina , le dijo : Dueño dulce de mi vida , el mejor modo de no olvidarme , es tenerme siempre à vuestra vista ; y así , yo me quiero ir en vuestra compañía . Fue tanto lo que le obligó á Maria Santísima esta de- vota deprecacion , que alargándole la mano , le tomó de la suya , y se le subió á los alcázares celestiales . 

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