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No es extraño que Dios castigue con tanta severidad. Es verdad que citaremos después otros muchos casos, pero véase entre tanto lo que sucedió en China. Un chino, a pesar de entretener relaciones criminales con una joven, quiso no obstante comulgar por Pascua. La vergüenza de declarar los pecados y el temor de que el confesor la remitiese a otro tiempo o le suspendiese la absolución, la indujeron a ocultar parte de sus pecados en la confesión. Recibida pues la absolución, tuvo la audacia de presentarse a la santa mesa y recibir el cuerpo adorable de Jesucristo. Mas el nuevo Judas no hizo impunemente su comunión sacrílega, pues apenas hubo comulgado, se apoderó el demonio de él, no cesando de agitarle todos los días de un modo horrible. Bien asegurado el obispo de la realidad de la posesión, encargó a un misionero que exorcizase al energúmeno. Y queriendo el misionero hacer ver a los asistentes que estaba el joven verdaderamente poseído del demonio, mandó a este que lo levantara y tuviera suspenso en el aire. Hízolo el demonio y lo tuvo suspendido tocando casi la bóveda. Luego le mandó que lo dejara en el suelo; el demonio obedeció y echó en tierra al joven sin hacerle experimentar ninguna sensación dolorosa. «Dime», le dijo el misionero, «¿por qué has tomado posesión del cuerpo de este cristiano?» El demonio contestó: tenía derecho sobre él; es mío, pues hizo una mala comunión.» El joven, a fuerza de oraciones, quedó libre por los exorcismos de la Iglesia que hizo el misionero. (Carta de un misionero de la China al
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