su estrategia principal es atrapar al hombre en sus propias negligencias

pues he pecado; no soy digno sino de ser despreciado, maltratado y de ir al infierno.



Dice nuestro Señor: es necesario que aquel que quiera hacerse superior a los demás se haga más inferior a ellos. Esta es una verdad que todos los cristianos creen; pero, ¿cómo es que hay tan pocos que conformen su conducta con esto? dice San Vicente de Paul.

 Santa Paula, según refiere San Jerónimo, se hallaba siempre ocupada en considerar que era una mujer levantada del polvo de la tierra, por el gran amor que tenía a la humildad, de tal modo que si alguien, aun no conociéndola, hubiera deseado verla a causa de la gran reputación que tenía a su favor, aunque la viese, ni siquiera hubiera sospechado que era ella. 

Rodeada de un buen número de vírgenes piadosas, nada había en su interior, en su lenguaje y en su porte, que no hiciera pensar que era la última de las que ella era madre y modelo. ¡Oh, humildad! Un gran siervo de Dios decía: «Yo no soy digno de que me miren, ni me sufran.

Vivir, pues he pecado; no soy digno sino de ser despreciado, maltratado y de ir al infierno. 

 Enséñadme, oh Dios mío, a ser pequeño, el más pequeño de todos a mis ojos. Dignaos por este medio darme a conocer cuál ha sido mi ingratitud para con Vos, y hacer que no la pierda jamás de vista, y que esté en todo tiempo vivamente arrepentido de ella. 

 No creas haber hecho progresos en la perfección si no te consideras como el más ínfimo de todos, y si no deseas que todos los demás te sean preferidos, porque es propio de todos aquellos que son grandes a los ojos de Dios ser pequeños a los suyos, dice santa Teresa. Un monje decía a su abad que él no perdía jamás a Dios de vista; el abad, que era un Santo, le respondió: poca cosa es esa, mucho más sería si os vierais siempre a vos mismo inferior a todas las criaturas. Se dice de santa Teresa que sus ojos estaban siempre fijos en considerar sus propios defectos y en admirar las virtudes de otros. Cuando sabía que algunas personas habían hecho alguna buena obra, decía: ¡qué dichosos son los demás! Todos se interesan en servir a Dios menos yo. ¡Oh, humildad!

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