su estrategia principal es atrapar al hombre en sus propias negligencias

por orden de la Santísima Virgen, bajó del cielo un ángel, y

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En Italia en una familia noble, había una doncella,” Hija única, dotada de grandes prendas de nobleza, discreción y hermosura, la cual tuvo tanta luz del cielo que, menospreciando matrimonios, escogió la mejor parte, ofreciendo a Dios su virginidad por las virginales manos de María, escogiendo por esposo a Cristo. Al paso que esta devota doncella crecía en deseos de consagrarse por esposa celestial, crecían contra su pureza los combates del común enemigo. Su padre, cuerdo, no la molestaba en esta parte, como suelen los demás, con deseo de tener sucesión, no advirtiendo que la más segura es la que da la castidad, y que la mayor dicha que pueden tener es ver una hija esposa de Cristo.

Hizo una ausencia el padre de esta doncella, y con esta ocasión muchos mancebos nobles de aquel pueblo, que estaban aficionados a su grande hermosura, la declararon su afición, y entre estos, uno más perdido, no dejó piedra por mover, ya con dádivas, ya con promesas, ya con amenazas por ver si la podría rendir. Halló un día ocasión de poder entrar a hablarla en su casa: entró y le dijo cuanto el amor loco le dictó; pero hallándola más firme que una roca, y más inmóvil que una columna, ciego con la pasión pareciéndole que le menospreciaba y que era afrenta suya que le desechase una mujer, trocó en odio el amor, y echando mano a una daga (como un lobo furioso a una mansa oveja), la degolló y cortó la cabeza, segando cruel aquella garganta por donde habían salido tantos loores de Dios.

Al cometer la culpa receló la pena, reconoció la gravedad del delito, y temeroso de caer en manos de la justicia se retrajo a la iglesia: entró en la sacristía, donde halló al cura, que era tío suyo, vistiéndose para decir misa. Le contó el suceso, mandó el tío que se estuviese allí escondido hasta que acabase la misa.

En este tiempo, por orden de la Santísima Virgen, bajó del cielo un ángel, y reunió la cabeza cortada de la doncella santa con el cuerpo tronco, y volvió victoriosa su alma a dar vida a aquellos fríos miembros; levantó se buena y sana, y para prueba de tan gran maravilla solamente le quedó una señal en la garganta como una cinta de oro. La Virgen le mandó que se fuese luego a la iglesia donde estaba su homicida, para que reconocido con esta maravilla se volviese a Dios y hiciese penitencia de su culpa.

Llegó al punto que el cura estaba recibiendo la ofrenda; el cual admirado de ver buena y sana a la que tenía por muerta, no sabía qué decirle ni qué hacerse. Le pareció disimular hasta acabar los Divinos oficios, no fuese alguna ilusión: y habiéndolos acabado, y desnudándose las sagradas vestiduras, la llamó aparte, y se informó de la verdad del caso, quedando admirado de tan gran prodigio. Hizo llamar al sobrino, el cual quedó atónito de ver delante de sus ojos milagro tan estupendo. El tío le mandó que postrado en la tierra la pidiese humildemente perdón: lo hizo con grande dolor de su culpa. Por lo que a mí toca, respondió ella al reo, te perdono de muy buena gana, pues con la muerte injusta, ocasionaste en mi nueva vida y nuevos motivos de engrandecer a la Madre de misericordia, para que, dilatada su devoción, crezca en los corazones de los fieles; más como estoy desposada con Cristo, y Madre e Hijo son la parte a quien tú debes pedir la remisión, a ambos pertenece esta causa.

Confuso quedó el mancebo pensando lo que había de hacer para aplacar a Dios tan gravemente ofendido, y tan injustamente enojado: le pidió a la misma doncella."

¿Le aconsejaré qué satisfacción haría por delito tan grande? - preguntó. "Lo que juzgo que te conviene", respondió la santa doncella, "es dejar el mundo y entrar en una religión para hacer penitencia". El consejo le pareció acertado, así que ingresó en la religión Seráfico, donde vivió con gran ejemplo, siendo un predicador constante de los favores de la Santísima Virgen y de los grandes beneficios que se obtienen mediante su devoción. Finalmente, coronó su ejemplar vida con una santa y dichosa muerte.


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