su estrategia principal es atrapar al hombre en sus propias negligencias

" El ángel le puso la corona, y desapareció




Hubo un caballero en cierta ciudad, muy devoto de la Santísima Virgen, llamado Waltero. Entre otras devociones, tuvo una muy acepta a esta Señora; y fue que todos los días en su honor oía misa; y si era día de sábado, o alguna de sus festividades, redoblaba su devoción, y junto procuraba oírlas con más atención considerando que un tan alto y soberano sacrificio se debía a la que con su profunda humildad dio el consentimiento para la Encarnación. Sucedió, pues, que un día de estos, dedicado a esta Señora, se ordenó un torneo en la ciudad donde moraba, al que fue invitado; y no pudiéndose excusar por la insistencia de otros caballeros, se ofreció a participar como los demás. 

Llegó el día, y habiéndose vestido de todas armas, cuando iba al palenque oyó tocar a misa, y recordando que era sábado y que no la había oído, aunque ya era hora del torneo, se bajó del caballo, prefiriendo faltar a los respetos de caballero antes que a los de buen cristiano y fiel devoto de la gran Reina; la cual se dio por tan bien servida de este heroico acto, que dispuso que un ángel tomo forma de aquel caballero, y entrase en la plaza a tornear con los demás. 

En el momento en que Waltero estaba de rodillas oyendo misa, entró el nuevo caballero en la plaza, y creyéndole todos Waltero, tornearon con él. El ángel lo hizo con tal destreza, valor y gallardía, que todos empezaron a vitorearlo y darle enhorabuenas y aclamaciones; fue de tal modo, que se alzó con todo el aplauso, y también con el premio que se había señalado para el mejor en la justa. Terminada la misa, Waltero vino a la plaza, desapareciendo al mismo tiempo el ángel sin que lo advirtieran los demás, y así se continuaron los festejos. El buen caballero estaba atónito, sin saber lo que le sucedía; pero reconociendo que semejante caso no podía ser sino favor de la gran Reina, disimuló recibiendo los parabienes y felicitaciones. Volvió a su casa, se retiró a su oración, comenzó a dar gracias a su Bienhechora, y estando en esto se le apareció el ángel, y le dijo: "Sabe que por la devoción que has tenido de oír misa, hice tus veces mientras estabas en la iglesia; y porque veas qué estima hace esta Señora de lo que por su Majestad se hace, pisando tal vez el punto de caballero, aquí tienes cómo me envía ahora a darte también de su parte la enhorabuena, como te la han dado todos los caballeros, y además te traigo esta corona de flores, que quiero yo mismo ponértela." El ángel le puso la corona, y desapareció. Waltero, al verse con su corona, y tan favorecido, la puso a los pies de la Virgen; y como uno de aquellos ancianos del Apocalipsis, estimó más rendirla en agradecimiento a su mismo Dueño, que ceñirla; pero no por eso dejó

"Coronarse al mismo tiempo con el duplicado mérito del obsequio. ¿Qué haré, Señora? Decía, ¿que os dé gusto? ¿Cómo pagaré, Madre mía, tanta honra, tanto favor, y tan singular fineza? Ay, Virgen Santísima, ¡y quién pudiera aquí deshacer todo el corazón en lágrimas! Pero, amada mía, todo cuanto soy, soy vuestro; disponed de mis sentidos y ordenad a vuestro beneplácito de mis potencias." De esta manera estuvo un gran rato, recapacitando con qué pagaría tan singular beneficio, y resolvió hacer fabricar una cadena, en la cual puso una medalla, y en ella escribió estas letras: "Este es Waltero, esclavo el más indigno de la Reina del cielo." Se la puso al cuello, y en señal de tributo hizo voto de socorrer todos los sábados y todas las vísperas de sus festividades cinco necesidades con cinco gruesas limosnas, y ayunarlas a pan y agua. 

Como lo ofreció, así lo cumplió, y así también la agradecidísima Reina continuó haciéndole muchos favores; y por último, se le llevó, como se cree, a los palacios del cielo.

...

Comentarios