su estrategia principal es atrapar al hombre en sus propias negligencias

"Para consuelo de muchas almas que padecen tentaciones de desesperación,


"Para consuelo de muchas almas que padecen tentaciones de desesperación, pareciéndoles que ya están destinadas para el infierno, referiré lo que le sucedió a aquel gran Maestro de espíritu, San Francisco de Sales. Hallábase este Santo en lo más florido de su juventud, con grandes deseos de amar mucho a Dios y entregarse totalmente a cosas de su servicio, procurando regular todas sus acciones y hacerlas conforme a la especial razón que se las aprobaba. Con esto, la presencia de Dios era continua, y sin perder instantes empleaba todo el día en actos meritorios y del agrado del Señor.

Envidioso el demonio de ver tanto adelantamiento en un mozo, tomó a su cargo hacerle guerra con varias y molestas tentaciones. No podía esta fiera bestia hacer presa en la candidez y solidez de las virtudes del Santo, por mucho que lo procuraba; y habiendo probado casi todas sus armas, se valió de un doctor que no tenía muy provechosas conversaciones; porque si bien no era todo malicia, decía tales proposiciones que ponían en grande confusión a los que trataba; entre otras, una fue decir: 'De cincuenta mil almas que hoy habrán quizás muerto en el mundo, serán una o dos las que se habrán salvado; pues lo mismo será el día que yo me muera; y así, ¿qué podré yo esperar de mí?' Con estas y semejantes proposiciones le envistió para que hiciera juicio no se salvaría, sino que ya Dios le tenía destinado para el infierno.

El Santo, como docto, se fortalecía con actos en contrario, y decía de esta suerte: 'Por si acaso yo, dulce bien mío y Dios de mi alma, te haya de perder por toda una eternidad, no quiero ahora que puedo dejar de amarte; y lo que no hacen entonces los condenados, quiero hacer ahora.' La tentación lo apretaba, y el discreto mancebo, asistido de la gracia de Dios, propuso servirle muy de veras el poco tiempo que la vida le durase, por si en la eternidad no pudiese; pero ni con tan fervorosos y heroicos actos cesaba la tentación, la cual llegó a términos de enfermarle y ponerle como un esqueleto; hasta que un día, entrando en una iglesia de la Santísima Virgen, vio en una tablilla escrita una oración con título de San Agustín, a la misma Virgen. La leyó y la dijo con mucha devoción. (La oración es la misma que pondremos en la exhortación que sigue, que por no duplicarla no la pongo aquí).

De modo fue y de tanta eficacia, que como si le quitaran del entendimiento cuantas especies había concebido de lo que el doctor le había dicho, así quedó, sin que de allí adelante le molestara ni le inquietara tal tentación. Conoció el Santo que se debía todo a María Santísima, y volvió a la paz y sosiego que tenía antes, y desde entonces hizo voto en señal de agradecimiento a la gran Reina de guardar perpetua castidad y rezar cada día un rosario, como con efecto lo cumplió, alcanzando por este medio triunfo y victoria sobre aquel enemigo común de las almas."

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