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Ciudad de los Estados Pontificios, un milagro del cual se habló mucho más que del anterior, y que decidió al Papa Urbano IV a instituir la festividad y procesión solemne del Santísimo Sacramento, de la que se estaba tratando hacía ya unos veinte años.
Un sacerdote, mientras celebraba la Misa en la iglesia de Santa Cristina, se entretuvo, después de la consagración, en una culpable duda sobre la presencia real.
Repentinamente, el vino consagrado toma la forma y el color de la sangre: empieza a hervir, salta por encima de los bordes del cáliz, cubre el corporal de dilatadas manchas de sangre, y cae hasta en los escalones de mármol de la peana del altar. El sacerdote, asustado, echa a correr, refiere lo que acaba de pasar, acuden de todas partes, y averiguado el hecho, corren a prevenir al Soberano Pontífice, que se encontraba a la sazón a poca distancia de allí, en Orvieto.
El Papa envió un legado y muchos otros prelados para asegurarse del hecho, y una solemne procesión, a la cual asistió todo el pueblo, trajo a la catedral de Orvieto aquel corporal divinamente ensangrentado, que todavía en la actualidad se venera allí y que es conocido en toda Italia con el nombre del Sacro Corporale, hallándose encajado en un magnífico relicario.
Las manchas, un poco desleídas ya por el tiempo, presentan, si no todas, por lo menos las más grandes, el perfil de la cabeza del Salvador. Los escalones coloreados por la milagrosa sangre fueron igualmente puestos aparte, y los fieles pueden todavía venerarlos en Bolsena, en la misma iglesia donde tuvo lugar el prodigio. El gran pintor Rafael escogió el milagro de Bolsena como asunto de uno de sus más bellos frescos en las Stanzas del Vaticano.
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