su estrategia principal es atrapar al hombre en sus propias negligencias

virgen María, rodeada de majestad y resplandor, se le apareció y lo saludó desde la puerta

 


En Inglaterra, la gran Reina del cielo honró,la virgen María al venerable Fray Gualtero, de la esclarecida Orden de Santo Domingo, con una visita que le hizo. 

Este religioso poseía las más bellas virtudes que jamás ha depositado la naturaleza en otro ser, tanto de cuerpo como de alma, por lo cual se ganaba el aprecio de todos. A estas virtudes naturales se sumaron las que el cielo le otorgó, que no fueron pocas, porque aun siendo secular, superaba en humildad, mortificación y oración a muchos regulares.

 Entre sus cualidades, una de las que más le enriqueció fue un ferviente amor por la gran Reina del cielo, que brillaba como un encendido rubí. Este amor era tan intenso que, según dicen, fue la causa de una fiebre que lo llevó al otro mundo.

En un día como hoy, estando consumido por este divino fuego, pidió con urgencia que le administraran los Sacramentos, y en el momento de recibir la Santa Unción, la Soberana Reina virgen María, rodeada de majestad y resplandor, se le apareció y lo saludó desde la puerta, diciendo: "Ya me tienes aquí, amado y querido mío, ya era hora de que me dieras los castos abrazos que tu enamorado espíritu desea. También te digo que he suplicado a mi Hijo que viniera a visitarte." Entonces, corriendo una cortina, se le mostró a su Hijo, rodeado de los apóstoles. Todos entraron en el aposento, y el devoto Gualtero rompió en lágrimas de amor y devoción.

En silencio, con esta voz: "¡Ay, Madre mía! Mi espíritu desfallece al golpe de tanta suavidad. Acércate, ¡oh gran Reina!, vida, dulzura y esperanza mía. Dame, Señora, esos brazos."

"Espera," dijo María Santísima, "aún falta que mis asistentes Catalina, Inés, Cecilia y las que ves te den un rato de música." Y dando la orden la gran Reina, entonaron con tal armonía y suavidad que, arrobado en dulce éxtasis, estuvo un cuarto de hora, al término del cual entregó su alma a su Creador.

Así murió quien había servido tan fielmente y querido tan intensamente a la que merece almas, vidas y corazones: María, Reina del Empíreo.

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