su estrategia principal es atrapar al hombre en sus propias negligencias

Increíble como los frailes fueron héroes en tiempos de peste

 


 por varios lugares de la comarca de Camerino, se quedaron allí en la ciudad fray Mateo y fray Pablo.

Salió la compañía de los diez religiosos a pelear contra la mortal pestilencia, no con triacas, antídotos ni composiciones de las que suele aplicarse por remedios, sino con sola la caridad de Cristo. Y apenas llegaron a los lugares repartidos por ellos, cuando empezó la aclamación popular, levantando los enfermos sus débiles voces, como desde el sepulcro, apelidando a los ángeles y libertadores, y concibiendo esperanza segura de alcanzar salud por su mano.

 Los religiosos, conmovidos con tales voces, se inflamaron en un ardor tan inmenso y tan fervoroso de caridad fraterna, que sin temer peligro ninguno, dieron fuego principio a sus ejercicios, discurriendo por todas las casas, visitando y sirviendo a los enfermos con diligencia, no guardándose de ellos ni cuidando de sí, procurando aliviar a unos, cuando los sentían oprimidos más por la pobreza que por el mal, con la abundancia y piedad de los otros, administrando los sacramentos a los desahuciados y ayudándolos a bien morir; y finalmente asistiendo también a los muertos, cerrándoles los ojos y boca, amortajándolos, lavándolos, componiéndolos y llevándolos sobre sus hombros tan sin horror, tan oficiosos y desembarazados, que más parecían hacer burla del riesgo y menospreciarlo que tenerle miedo, y más llamarle que huir de su vista. 

Cuantos había de los enfermos, que habiendo temido antes la muerte como formidable y horrible, confirmados después con las pías exhortaciones de los religiosos .

La esperaban alegres y la abrazaban como amiga al llegar. ¿Cuántos también, estando oprimidos con gravísimo peso de pecados y culpas, y no habiendo cuidado hasta entonces más que de la salud de los cuerpos, sin acordarse de la del alma, cambiaban con sus palabras de tal manera, que olvidándose ya de los cuerpos, solo para el alma buscaban la medicina?

 Pasó en silencio un número incontable de hombres que les ofrecían dineros y cofres llenos de oro para que los guardasen; muchísimos para que los repartiesen a su arbitrio entre los pobres, y otros para que los gastasen en edificar algún monasterio. Todo lo cual rehusaban ellos prudentemente, presentándoles la Regla que profesaban, donde tenían la prohibición.

¿Cuántos se daban prisa a restituir lo mal adquirido? ¿Cuántos a pagar a sus acreedores las deudas más antiguas y trampeadas? ¿Cuántos a cumplir los legados píos que les habían encargado los testadores? 

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