su estrategia principal es atrapar al hombre en sus propias negligencias

Amantísimo Jesús, que abristeis a los hombres los tesoros de vuestra clemencia infinita;



 Amantísimo Jesús, que abristeis a los hombres los tesoros de vuestra clemencia infinita; no es ya para algunos desgraciados solamente, es para España y la Europa entera, es para la cristiandad y para el universo todo que solicito vuestra misericordia. Todos los hombres son hechura de vuestras manos y hermanos míos carísimos: y apiadándoos de todos ellos, no se agotan ni disminuyen los tesoros de vuestra bondad, pues ese manantial de gracias, cuanto más abundantemente se derrama, tanto más caudaloso brota; y cuanto más se comunica, tanto más se enciende el fuego que arde en vuestro pecho divino. Echad, pues, una mirada compasiva sobre toda la redondez de la tierra; ¡ay, llega al extremo su desolación! ¡Cuánta zizaña de errores ha sembrado por todas partes el enemigo común! Veis hollados los derechos espirituales y temporales de vuestro Vicario en la tierra, ultrajada su altísima dignidad, y a los mismos reyes y pueblos conjurados contra su sagrada persona.

 El infierno hace cada día nuevas conquistas: las almas se pierden y caen en el abismo como los copos de nieve caen en invierno y las hojas de los árboles en el otoño. El mundo arrastra a la muchedumbre con seductores halagos, cunden como contagio las máximas perversas, el interés es casi el único resorte de las acciones humanas; todo lo inundan el fraude y el engaño; una sed frenética de placeres impuros consume a todos los estados y edades, y por colmo de desdichas el respeto humano domina y tiraniza a los mismos buenos. ¡Ay! ¡A qué abismo tan espantoso de males nos precipitan la irreligión y el libertinaje de nuestros días!

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