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CAMERONIANOS. En el siglo decimoséptimo se dio este nombre en Escocia a una secta cuyo corifeo era un tal Archibaldo Cameron, ministro presbiteriano de un carácter singular.
No quería admitir la libertad de conciencia que el rey de Inglaterra Carlos II concedía a los presbiterianos, porque según él, esto era reconocer la supremacía del rey y considerarlo como cabeza de la iglesia. En este rasgo se muestra la índole característica del calvinismo. Estos sectarios, no contentos con haber hecho cisma y haberse separado de los otros presbiterianos, llegaron a declarar a Carlos II privado de la corona y se rebelaron; pero fueron fácilmente reducidos, y en el reinado de Guillermo III se reunieron con los otros presbiterianos.
En 1706 volvieron de nuevo a excitar turbaciones en Escocia: se juntaron muchos y tomaron las armas cerca de Edimburgo; pero fueron dispersados por la tropa. Se dice que aborrecen con más violencia a los presbiterianos que a los episcopales.
No se debe confundir al corifeo de estos sectarios con otro calvinista escocés llamado Juan Cameron, que pasó a Francia y enseñó en Sedan, Saumur y Montauban. Este era un hombre muy moderado que desaprobó el furor fanático de los que se rebelaron contra Luis XIII y sufrió maltratos por parte de ellos.
CAMISARDOS. Después de la revocación del edicto de Nantes en Francia, casi se había extinguido el calvinismo: las reliquias de esta secta dispersas en las corregir diferentes provincias y obligadas a esconderse no veían ningún recurso humano que pudiera proporcionarles el recobro de los privilegios y de la libertad de conciencia de que habían gozado en los reinados anteriores. Necesitábanse para sostener la fe de estos sectarios dispersos auxilios extraordinarios, prodigios, y los reformados no cesaron de forjarlos en todas partes en los cuatro años siguientes a la revocación de dicho edicto.
En las cercanías de los lugares donde antes había habido templos, se oyeron en el aire unas voces tan enteramente semejantes al canto de los salmos según los cantan los protestantes, que no podían tomarse por otra cosa. Estas voces de celestial melodía se oyeron en el Bearn, en los montes Cévenes, en Vassy, etc., y a algunos ministros fugitivos de los calvinistas los acompañó esta divina salmodia hasta que hubieron atravesado las fronteras del reino y llegado a país seguro. De aquí tomó pie el fanático Jurieu para empezar sus violentas declamaciones y hacer ridículas profecías sobre la próxima ruina del Anticristo, con lo que ocasionó turbulencias en los Cévenes, a que en breve se siguió una horrible matanza. Duserre, fogoso calvinista, estableció en el Delfinado una escuela de profetas y escogió treinta jóvenes de ambos sexos inflamándolos con su entusiasmo: luego que los hubo impuesto en su oficio, fingió darles el Espíritu Santo, les sopló en la boca con ceremonias risibles y los envió a las provincias comarcanas, donde sus convulsiones, sus éxtasis y sus ejercicios de fuerza o de destreza sedujeron fácilmente a unos campesinos rudos y crédulos.se Contába entre sus discípulos aquella zagala llamada Ducret, a quien Jurieu ponderó mucho tiempo como una profetisa aun después de haber confesado ella sus imposturas y de haber vuelto al gremio de la iglesia. La ilusión se propagó con una rapidez asombrosa. Todos quisieron ser inspirados, y se formaron numerosas juntas donde los falsos profetas anunciaban la próxima restauración de la fe y avivaban con sus prédicas el fuego de la rebelión.
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