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padecía en el Purgatorio el alma de cierta María Vitriaco, que oyó su hermana que le decía que las llamas que padecía en aquel lugar eran porque había servido a Dios con tibieza.
A sus penas, se añadía una ardiente .sed, porque cada ves tomaba alcohol se emborrachaba, se hallába con vergonzosa desnudez, porque había usado un escote muy pronunciado.
Atormentáda también en hielo riguroso por la negligencia que había tenido en la buena educación de sus hijos, no corrigiendo sus descuidos.
¡Oh Padres descuidados! ¡Oh Madres poco atentas!
No quisiera que bajaseis por este descuido al Purgatorio. Y dadme gratos oídos, no a mí, sino al Espíritu Santo, que lo enseña en el capítulo 23 de los Proverbios: "No excuses con tu hijo el castigo, y si le sacudes y dieres con la vara, entiende que por eso no morirá; que más vale mortifiques tu amor desordenado, que él se quede sin corrección. Castígale severamente, y librarás su alma de los infiernos". No lo puede decir más claro el Maestro de los siglos. No quieras pagarlo en el Purgatorio, pudiéndole alentar a la virtud. Importa, dice en otra parte, que desde sus principios le domines, que si crece con el vicio, quedará torcido como la planta, que no conservándola derecha, viene con el tiempo
abundantemente se derrama
apiadándoos de todos ellos
hermanos míos carísimos
manantial de gracias
más caudaloso brota
no disminuyen
no se agotan
tesoros de vuestra bondad
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