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Fidelísimo testigo de esta verdad es el bienaventurado san Ambrosio, el cual confirma todo lo que hemos dicho por estas palabras: “¡Oh, cuán bienaventurada es aquella ciudad que tiene muchos justos! Cómo será toda ella bendita de Dios por razón de esta parte que tiene de justos. ¡Oh, cuánto gozo recibo cuando en el pueblo veo que alguno de estos varones de mucha virtud, mansos y verdaderamente sabios, viven mucho tiempo!
Y cuando veo algunas vírgenes muy castas, y llenas de graves y loables costumbres, que llegan a la vejez. Y este gozo no lo recibo yo por el bien de ellos, porque bien veo que les es tedioso vivir en este mundo, sino me gozo por el bien de muchos a quienes es provechosa tal compañía.
cuando alguna persona de estas de mucha virtud muere, aunque sea en la última vejez, recibo de ello mucha tristeza; y la causa de mi tristeza es porque la gente moza y flaca es desamparada de este muro y amparo de los viejos”. Dice más que estos varones y mujeres de señalada virtud son para los pecadores y para los de menos virtud como las ciudades de refugio que Dios señaló en la ley, donde se podían acoger y defender los delincuentes.
concluye con esta sentencia: “Esta es la primera señal de que una ciudad se ha de perder, o de que le han de suceder grandes males, si faltan de ella los varones o las mujeres de señalada virtud y prudencia”. Hasta aquí es de san Ambrosio, y esto basta para entender cuán importante y provechoso es a la Iglesia de Cristo que los cristianos que han comenzado a servir a Dios trabajen de pasar adelante en la buena vida y sean diligentes en crecer y aprovechar en toda virtud.
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