su estrategia principal es atrapar al hombre en sus propias negligencias

Martirio glorioso del bienaventurado Príncipe Carlos el Bueno

Conde de Flandes: de que tomó ocasión para volver a Flandes Desiderio."

Al resguardo estaba de su temor Desiderio entre los monjes de Moriniaco, refiriéndoles las prodigiosas virtudes de Ligerio, por parecerle que se había escapado del poder del Conde, y al mismo tiempo el buen Príncipe solo trataba de guardar justicia a todos, y acudir a las necesidades de los pobres. 

Era compasivo sobremanera, le rompían el corazón las miserias de la gente pobre, y con liberalísima mano les socorría. Le Dio Dios, en este tiempo, ocasión para que a manos llenas pudiese satisfacer a su natural piedad, afligiendo el año de 1126 con increíble hambre el Condado de Flandes y las regiones circunvecinas, tanto que muchas personas morían miserablemente, y otras abandonaban las tierras, y iban mendigando por las extrañas. 

Si no fuera tan caritativo el Conde Carlos, no lo movería a piedad tan universal calamidad y desventura. Procuró por todas las vías posibles remediarla, haciendo en orden a esto tan grandes limosnas, que solamente en un día estando en Ypres dio a los pobres siete mil ochocientos panes, además del dinero y vestidos que había distribuido entre ellos, y esto mismo hacía casi todos los días dondequiera que estaba. Mandó que mientras hubiera falta de trigo, no se hiciera cerveza, y que mataran los perros por todo.

No contento con esto, dio orden para que se buscara todo el trigo de los particulares, y el que tenían escondido los ricos, con increíble detrimento del pueblo, y hacía que se vendiera a precio moderado, de forma que pudieran aliviarse los pobres. Puso en ejecución por las ciudades, y al llegar a buscar el trigo en Brujas, hallaron gran cantidad de él, en las casas de algunas personas poderosas y nobles, a las cuales compelio a que vendieran parte del trigo a justo precio y repartieran gratuitamente entre los pobres lo que restaba.

 Lo hicieron, bien contra su voluntad, y convirtiéndola contra el santo Príncipe, se conjuraron y determinaron darle la muerte. Tenía Dios preparada grande gloria en el cielo para él, y así quiso que saliera de esta vida triunfando con corona de martirio. 

Se levantó Carlos muy temprano, y habiendo dado de vestir a cinco pobres, según acostumbraba hacer todos los días, se fue al templo de San Donaciano con muy poco acompañamiento, y al decirle algunos que se guardara de sus enemigos, respondió: "Difícil es guardarnos en todas partes, pero teniendo a Dios de nuestra parte, viviremos seguros y, aunque me quiten la vida por la defensa de la verdad y justicia, decidme, os ruego, ¿qué cosa puede haber más gloriosa que una muerte semejante?" Dicho esto, subió a la parte superior del templo y, después de haber confesado, postrándose en tierra, recitó en alta voz el Salmo "Miserere mei Deus", etc. Terminado esto, perseveró en oración en el mismo lugar, y al parecerles a los conjurados que la soledad y el lugar les ofrecían la oportunidad que pretendían, se acercó a él Burchardo Estratense, vestido como pobre mendigo, y sacando la espada o puñal que llevaba escondido para este efecto, le hirió con tanto ímpetu en la frente que, al abrirse la herida, esparció por el suelo todos sus sesos; en ese momento llegaron los conjurados y, al verlo caído, le cortaron ¡Claro! Aquí tienes el sus espadas en la cabeza de aquel piadoso Príncipe, apenas satisfacían sus dañadas intenciones, y casi cortándole el brazo derecho, que tenía extendido para dar limosna a una mujer pobre, arrojaron su cuerpo del corredor abajo. Los sacerdotes lo recogieron con reverencia y lo colocaron delante del altar mayor, bañando con sus lágrimas esas santas reliquias y llenando la iglesia con clamores y quejas desconsoladas. En ese momento, Dios quiso manifestar la gloria de aquel Príncipe con un manifiesto milagro. En la iglesia había un joven llamado ROGERIO, tullido de pies y manos, y con todo el cuerpo contraído, y apenas llegó al del santo Conde, cuando recibió completa salud en presencia de todos. La tristeza se convirtió en regocijo, las campanas sonaron, toda la ciudad acudió, y todos vieron claros indicios de la gloria y santidad de CARLOS. Colocaron sus reliquias donde todos pudieran venerarlas, y castigaron con gran rigor a los sacrílegos. Sucediendo en todo señalados milagros, que dejo de referir para volver a DESIDERIO, que está en Moriniaco alegre por haber escapado de las manos del Conde, cuya piedad no ignoraba, y cuya rectitud temía, pero desconsolado por verse privado de volver a su patria. Es natural el amor por ella en todos. Las honras, las haciendas y comodidades ajenas, traen un nosequé de azahar consigo por no ser gozadas en el patrio suelo, y los que por razón de sus oficios o por su avanzada edad se ven privados de volver a él, con engañarse a sí mismos fingiendo o persuadiéndose, que al fin verán la tierra que les dio principio, alivian su deseo. Y es tan natural este amor y de tanta eficacia que aun los que por algún delito, o por enemistades y disgustos, huyeron de sus tierras para asegurar la vida, aunque la disfruten libremente en las extrañas, al cabo.

el cauce de algunos años les tira de fuerte aquel natural, que vencidos del, van a buscar su muerte y aventurar su honra por volver a su patria. Lo uno y lo otro aventuró DESIDERIO, luego que llegó a su noticia la muerte del santo y piadoso Príncipe Carlos, pareciéndole que quitado el de en medio, estaba asegurado su partido, y que no había que temer que por vía de justicia, ni le conviniesen ni castigasen, faltando un Príncipe tan recto y justiciero, que así como para los buenos y necesitados era pío y humano, era riguroso en castigar las culpas de los que delinquían, según lo que se lee en su Epitafio que dice: 'Armis, lege'".

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