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Oh María, Madre Santísima,
Tanto honor debíais dar al Hijo de Dios, para que en sus humillaciones manifestaseis su verdadera divinidad. Lo envilecisteis con nuestro polvo; mas este polvo, por ser virgen de Virgen, lo manifiesta Dios de eterna majestad. .
¿Quién podrá jamás creerlo, que a una semejante dignidad os habéis dignado elevarnos también a nosotros, hijos de ira y vasos de inmundicia, cuando nos dais un nacimiento virginal, haciéndonos renacer por obra vuestra en el Santo Bautismo hijos de Padre virgen, cual es Jesucristo, y de Madre virgen, cual es la Iglesia?
Tampoco ninguno podría creer que nosotros fuésemos tan locos que quisiésemos alguna vez renunciar tal nacimiento, que nos ha de traer el renacer en el Cielo hijos de la gloria. Y con todo, cegados de los bienes de esta vida, hemos renunciado esta dignidad y tantos bienes.
No merece piedad nuestro frenesí y locura; más sin embargo, la imploramos con todo el corazón, y por tanto os pedimos perdón de cuantas veces os hemos hecho tan grande injuria. Querríamos derramar toda la sangre de nuestras venas a viva fuerza de dolor, para resarcir tanta injuria y lavar tanta mancha. Pero sería nada.
Os ofrecemos a nuestro Redentor Jesucristo, y por los méritos de su Sangre os pedimos que nos hagáis renacer a la gracia, más que sea estable e invencible de cualquier potencia infernal, para que vencedores de todos nuestros enemigos podamos cantar vuestras misericordias eternamente.
Amén.
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