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Aceptar en reparación de vuestra divina gloria ofendida, y por mis pobres hermanos extraviados, estas súplicas y ofrecimientos que os dirijo, seguro de la benignidad con que los acogerá vuestro misericordioso Corazón. Compadeceos, Jesús mío, de esos hijos vuestros que habéis redimido con vuestra Sangre, y admitidlos un día al dulce abrazo de vuestra reconciliación.
Si no conmueve, oh cristiano, tu corazón el continuo ultraje que en estos días recibe la honra divina, muévate al menos el gran número de hermanos que por los excesos de ellos se lanzan a la perdición.
Si vieses caer a derecha e izquierda de ti miles de hombres víctimas de una cruel epidemia, no sería espectáculo tan doloroso como lo es hoy ver a tantos desdichados precipitarse, víctimas de esa pestilencia del vicio, por los caminos de su eterna desventura. ¿Y dices amar al prójimo como a ti mismo, y no te horroriza este estrago de almas tan general? ¿Y nada harás para disminuirlo, si sabes que en tu mano está librar alguna de esas desventuradas víctimas? Sí, en tu mano está por medio de la fervorosa oración a Cristo sacramentado. Ha querido Dios nuestro Señor que cada uno pudiese ser de este modo brazo de salvación para su hermano. Resuélvete, pues, a serlo de los que puedas en esos días infelices del Carnaval.
¡Señor mío Jesucristo! Conceded a mis ruegos, aunque indignos, lo que tanto necesitan esas pobrecitas almas apartadas de Vos. Un rayo de vuestra luz que las haga ver lo peligroso de su estado, un toque de vuestra gracia que las ayude a salir de él. ¡Señor, mirad que se alegra con esa infernal cosecha el demonio, vuestro enemigo! No sea inútil el precio de vuestra Sangre en tantos desdichados por quienes, como por mí, la habéis derramado. Que vean, Señor, que vean esos ciegos de la más peligrosa ceguera, que vean y os bendigan después por toda la eternidad.
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