Un monje cisterciense ,fue combatido

Bajo el Manto de la Virgen: La Redención del Corazón**

 


En un pequeño pueblo, vivía una mujer profundamente devota, pero también vulnerable a los sentimientos de celos. Estaba casada con un hombre piadoso, conocido por su bondad y su dedicación a la oración. Cada noche, antes de dormir, él se arrodillaba junto a la cama y recitaba el Salmo Miserere, un salmo de arrepentimiento que el rey David había compuesto después de su adulterio con Betsabé.

Al principio, la mujer no prestaba mucha atención a esta costumbre de su esposo, pero con el tiempo, algo oscuro comenzó a germinar en su corazón. "¿Por qué recita siempre este salmo?", se preguntaba con creciente inquietud. Su mente, alimentada por los celos, empezó a convencerse de que la elección de ese salmo no podía ser casual. ¿Acaso su esposo lo rezaba porque también había caído en la infidelidad?

Cada vez que lo escuchaba repetir esas palabras, su desconfianza se intensificaba. Su mente la llevaba a imaginar que no solo había cometido adulterio, sino que lo había repetido. Las imágenes de su esposo traicionando su amor la atormentaban día y noche. La mujer, atrapada en un torbellino de dudas y dolor, se alejó de la paz que alguna vez había sentido en su matrimonio.


Una noche, después de que su esposo se durmió, la mujer no pudo contener más su angustia. Se dirigió a la pequeña capilla del pueblo, donde solía rezar en momentos de dificultad. Allí, se arrodilló ante la imagen de la Virgen María y, entre lágrimas, le suplicó que la ayudara a salir de esa tormenta interior. “Madre Santísima”, clamó, “mi corazón está lleno de dudas y celos. No sé si puedo soportar más este dolor. Por favor, guíame, ilumina mi mente y líbrame de esta angustia.”


Mientras oraba, un extraño sosiego comenzó a invadir su alma. Cerró los ojos y, en ese momento de profunda devoción, sintió una presencia cálida y reconfortante a su lado. Cuando los abrió, vio ante ella una visión de la Virgen María, rodeada por una luz suave y celestial. La Virgen la miró con infinita compasión y le habló con una voz llena de ternura:


“Hija mía, el amor que tú y tu esposo comparten es un don sagrado. No permitas que los celos lo destruyan. Tu esposo reza el Salmo Miserere no por culpa, sino por devoción, buscando la pureza de su alma y la bendición de Dios. Los pensamientos que han llenado tu corazón no provienen de la verdad, sino de las sombras que el Maligno siembra en las almas para separarlas del amor divino.”

Las palabras de la Virgen penetraron el corazón de la mujer, disipando la oscuridad que la había envuelto. Comprendió en ese instante que había dejado que sus inseguridades la dominaran, dañando la relación con el hombre que amaba. Lleno de arrepentimiento, su corazón se abrió a la misericordia divina.

Al despertar de lo que parecía un profundo sueño, la mujer se sintió renovada, como si una pesada carga hubiera sido levantada de sus hombros. Con un nuevo propósito, se dirigió a su casa, donde encontró a su esposo rezando, como cada noche, el Salmo Miserere. Sin decir una palabra, se arrodilló a su lado y tomó sus manos. Con lágrimas en los ojos, le confesó todo: sus dudas, sus miedos y cómo los celos habían oscurecido su amor por él.

El esposo, sorprendido pero lleno de compasión, la escuchó en silencio. Luego, con ternura, la abrazó y le dijo: “Mi amor, no tienes nada que temer. Te he sido fiel en cuerpo y alma. Rezo el Salmo Miserere porque todos somos pecadores ante los ojos de Dios, y solo a través de su misericordia podemos ser purificados. Juntos, recemos a la Virgen María, para que siempre nos guíe y proteja nuestro matrimonio.”

Desde esa noche, la mujer sintió que su fe se había fortalecido. En lugar de ser consumida por los celos, dedicó sus oraciones a pedir la intercesión de la Virgen María para mantener su hogar lleno de amor, confianza y paz. La Virgen, como siempre, estuvo a su lado, guiándola hacia una vida renovada por la gracia divina y un amor profundo, libre de las sombras que alguna vez la habían atormentado. Y así, el matrimonio continuó, más fuerte y más unido que nunca, bajo el manto protector de la Virgen María.

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