Un monje cisterciense ,fue combatido

"El Último Lamento de Martín: Rescate en el Umbral del Infierno"

 


Era una noche oscura y sin luna. El viento aullaba entre los árboles como un lamento eterno, y las sombras parecían cobrar vida en los rincones más oscuros. En medio de esta atmósfera inquietante, un hombre llamado Martín vagaba por un sendero desolado, guiado por una fuerza invisible hacia un destino incierto. Había perdido el rumbo, tanto en la vida como en esa noche fatídica, y su alma, consumida por la vanidad y la búsqueda de placeres mundanos, estaba al borde de un abismo desconocido.

Martín había sido un hombre de éxito, admirado por muchos, pero en su corazón solo albergaba orgullo y codicia. Su vida había sido una constante búsqueda de alabanza y riqueza, ignorando las súplicas de su conciencia y de aquellos que le hablaban de Dios. Esa noche, su camino lo había llevado a un lugar más allá de este mundo, un lugar donde las sombras eran más densas, y el aire pesaba como una losa sobre su pecho.

Sin darse cuenta, Martín cruzó el umbral hacia el Infierno. Allí, el suelo era de fuego y azufre, y el cielo estaba cubierto por un manto negro e impenetrable. No había retorno, y las llamas que danzaban a su alrededor eran testigos de su condena. De repente, un grito desgarrador lo estremeció. No era un grito humano, sino un lamento profundo y lastimero, un eco de todas las almas que habían caído antes que él.

"¡Ay de mí!", se escuchaba en cada rincón del Infierno, como un coro de tormento perpetuo. Martín sintió que esas voces le atravesaban los oídos, como agujas encendidas, y su mente se llenó de desesperación. Esos gritos eran el reflejo de su propio orgullo, de su deseo insaciable de ser adorado y de su desprecio por lo divino. Había buscado el placer en las cosas del mundo, y ahora su recompensa era el tormento eterno.

Pero el Infierno no se contentaba solo con eso. En medio de los lamentos, se escucharon los clamores y las risas burlonas de los demonios. Se regocijaban en su sufrimiento, mofándose de su caída. Martín sintió cómo su alma era desgarrada por cada palabra, por cada carcajada que resonaba en ese infierno. Las voces de los demonios eran más que sonidos; eran puñales invisibles que perforaban su espíritu, recordándole cómo había preferido servir al mundo antes que a Dios.

Finalmente, llegó el peor de los tormentos. Oprobios y miserias se arremolinaron en torno a él, como un remolino de desesperación. Cada insulto, cada humillación, era un reflejo de su vida pasada. Había amado más el favor del mundo que el de Dios, y ahora ese mismo mundo lo repudiaba, dejándolo en la más absoluta miseria espiritual. No había escapatoria, y el peso de sus decisiones lo aplastaba sin piedad.

Justo cuando Martín creía que su alma sería consumida para siempre, una luz dorada irrumpió en el Infierno, abriendo un camino entre las sombras. Era una luz divina, pura y llena de misericordia. De ella emergió la figura majestuosa de San Basilio, rodeado por un aura de santidad que hacía retroceder a los demonios.

“Martín”, dijo San Basilio con una voz que resonaba como un trueno suave, “Dios es misericordioso y te ha enviado una última oportunidad. Tu arrepentimiento puede salvarte, pero debes renunciar a todo lo que alguna vez valoraste en el mundo. ¿Estás dispuesto?”

Martín, entre lágrimas y lamentos, cayó de rodillas ante la figura de San Basilio. En ese momento, comprendió la magnitud de sus errores y cómo había desperdiciado su vida en vanidades. Con el corazón lleno de dolor, pero también de esperanza, aceptó la misericordia que se le ofrecía.

San Basilio extendió su mano, y al tocar a Martín, el Infierno comenzó a desvanecerse. Las llamas se extinguieron, las risas demoníacas cesaron, y el suelo de fuego se transformó en un campo verde y tranquilo. Martín sintió cómo el peso de sus pecados se aligeraba, y una paz desconocida llenó su alma.

El santo lo guió fuera de aquel lugar oscuro, hacia un nuevo camino de redención. Martín sabía que la senda sería larga y difícil, pero estaba decidido a recorrerla, confiando en la gracia de Dios y en la guía de San Basilio, su salvador. 

Y así, el hombre que una vez fue esclavo de sus propios deseos mundanos, encontró la salvación en el momento más oscuro, rescatado de las profundidades del Infierno por la mano misericordiosa de un santo.

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