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Gaudencio envió a Damaso a ver al Proconsul contra el obispo de Arimino. Al celebrar la primera misa, Gaudencio se cayó, y todos los ídolos de la ciudad se derrumbaron. Condenó a Marciano, un hereje que era pariente del Proconsul de aquella ciudad. Este, en venganza, martirizó a Gaudencio y ordenó que lo sepultaran en un muladar. Mientras era martirizado, Gaudencio oraba por sus enemigos. Setenta años después, San Damaso y San Miguel se aparecieron a una mujer ciega y le dijeron: "Busca las reliquias de Gaudencio en aquel muladar, y recuperarás la vista." Ella lo hizo y recuperó la vista.
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