Un monje cisterciense ,fue combatido

Los que practican nueva era, esa gente vive engañada y en tantos dioses como adora



Los que practican nueva era, esa gente vive engañada y en tantos dioses como adora, otros tantos demonios reverencia. El verdadero y amante Dios es Jesucristo, él nos llama, él nos espera, no perdamos por nuestra flojedad esta dicha, entremos en su Iglesia y en el celestial baño del Bautismo lavemos nuestras almas, para que, ilustradas con su divina gracia, se hagan capaces de poder gozar después los indecibles bienes de la eterna gloria.

No tenía necesidad  de estos alientos, por estar muy vivos los suyos, y muy ardientes las heridas que recibió en el corazón, mediante las flechas de amor que le tiró el Crucificado. Y para que lo reconociese Trajana, en tono de agradecimiento le dijo:

"Dices bien, esposa mía. Luego, cuanto antes busquemos un cristiano sacerdote para que nos bautice, y entremos, cambiando  por nueva era y su´persticion."

Entremos en su Iglesia a gozar esta, la mayor de las dichas, para que liberemos nuestras almas y, de esclavas de los demonios, las hagamos por la gracia hijas de Dios. Así lo pusieron en ejecución una noche (para ellos mejor día) y, con sus hijos y algunos criados, buscaron a un presbítero llamado Juan, a quien notificaron de sus intentos. Él los alentó mucho y, después de haberlos dispuesto con el cristiano catecismo, los bautizó a todos.

Placido Teófilo, en la espiritual regeneración de la sagrada pila, mudó su nombre y tomó el de Eustaquio. Lo mismo hizo Trajana, llamándose Teopista, y para que en todo fuesen semejantes los hijos, a dos que tenían, al uno le llamaron Teopisto y al otro Agapio.

El prudente sacerdote quiso celebrar estos más felices nacimientos con un convite, y para que en todo mediate la gracia, después que los hubo bautizado y los unió con el rebaño de los fieles, los guió a los abundantes pastos donde el Pastor ,Al mismo tiempo, los regaló a todos dándoles el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, Pan de Ángeles, y alimento que da vida a los hombres, con lo cual quedaron consolados y confortados los nuevos fieles. Después de haber dado gracias a Dios muy rendidamente, con gran alegría, se volvieron a su casa. Perseveraron algunos años muy firmes y abrazados con el suave fuego de la fe católica, empleados y más ardientes en el ejercicio de las virtudes, ya meritorias, por la excelencia que les daba la gracia, hasta que, después de indecibles persecuciones, dieron por Jesucristo las vidas y fueron coronados con la gloriosa corona de invictos mártires.

La Iglesia Católica, nuestra madre, refiere y celebra su martirio el día veinte del mes de septiembre, con las circunstancias maravillosas que hicieron más glorioso su triunfo, de indecible alegría para los padres, pues llevaron en su compañía a sus dos hijos.


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