- Obtener enlace
- X
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
- Obtener enlace
- X
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
Después de ser rescatado de la oscuridad por el ángel, Auxibio pensó que había escapado de la maldición del sacerdote. La luz cegadora lo envolvió, y por un breve momento, sintió la paz. Pero la verdad era otra. La sombra del antiguo mal seguía acechando, esperando su oportunidad.
El ángel le habló con voz suave, pero firme: “Has tocado lo prohibido, Auxibio. Los demonios de antaño siguen vivos en aquellos que pretenden olvidarlos. La maldición que has desatado ha marcado tu alma, y aunque ahora estés a salvo, lo que has hecho no tiene perdón”.
Auxibio, temeroso, preguntó: “¿Qué debo hacer para evitar que el mal me persiga siempre?”
El ángel lo miró con tristeza y le respondió: “La conversión de los paganos no es solo un cambio de creencias, sino una lucha interna con lo más oscuro del alma humana. Los paganos, al igual que tú, estaban perdidos en la ignorancia. Ellos, al conocer al Cristo, comenzaron a liberarse de las sombras que los consumían. Pero tú, Auxibio, has traído esas mismas sombras al corazón del cristianismo.”
Aterrorizado por las palabras del ángel, Auxibio comprendió lo que había hecho. Su propia fe, que en algún momento había sido pura y llena de esperanza, ahora estaba corrompida. El mal que había encontrado en el templo del sacerdote no era algo lejano, sino una semilla que había germinado dentro de él. Había utilizado las enseñanzas de la luz para entrar en las tinieblas y, en su afán por salvar almas, había sido consumido por el mismo mal que intentaba destruir.
El ángel, al ver la desesperación en los ojos de Auxibio, le ofreció una última oportunidad: “Puedes salvarte, pero deberás enfrentar lo peor de ti mismo. La conversión de los paganos no es solo para aquellos que escuchan el mensaje de Cristo, sino para aquellos que se enfrentan a sus propios demonios internos. Solo entonces serás digno de redención”.
De inmediato, Auxibio comprendió que el verdadero mal no estaba solo en los antiguos dioses, sino en los deseos oscuros que habían nacido dentro de su corazón. Para salvar su alma, debía enfrentarse a lo que había desatado, y con ello, destruir la oscuridad que había invocado al buscar el poder del sacrificio.
Con valentía, Auxibio se dirigió al mismo templo donde había sido engañado por el sacerdote. Al llegar, el aire parecía estar más denso, más oscuro. Las sombras se alargaban como si quisieran atraparlo. Pero esta vez, en lugar de caer en las tentaciones de la oscuridad, Auxibio se arrodilló y comenzó a rezar, pidiendo perdón y buscando la luz de Cristo para purificar su alma.
Mientras oraba, las sombras comenzaron a moverse, como si se retorcieran en agonía. El templo comenzó a temblar, y en ese preciso momento, el sacerdote demoníaco apareció, su forma sombría más imponente que nunca. Su risa macabra llenó el aire, y con una voz distorsionada, exclamó: “¡Tú nunca podrás escapar! ¡Eres mío, como todos los que han caído en el abismo!”
Pero Auxibio no vaciló. Con cada palabra de oración, las sombras retrocedían, y la luz crecía en su interior. El sacerdote demoníaco se desvaneció lentamente, y la oscuridad que había invadido su corazón comenzó a disolverse. En su mente, Auxibio vio a los paganos convertidos al cristianismo, no como simples seguidores, sino como guerreros espirituales que también habían enfrentado sus propios miedos y tentaciones, y que, a través de Cristo, habían vencido la oscuridad.
Con el tiempo, las sombras desaparecieron completamente, y el templo volvió a ser un lugar de luz y paz. Pero Auxibio sabía que la lucha no había terminado. Aunque había vencido al mal que lo había consumido, siempre llevaría consigo el recuerdo de las sombras que había liberado. Ahora, su misión era más clara que nunca: llevar el verdadero mensaje de Cristo a aquellos que aún vivían en la oscuridad, sabiendo que solo a través de la fe, el arrepentimiento y la lucha interna podrían encontrar la verdadera luz.
Y así, la conversión de los paganos continuó, no solo en las tierras lejanas, sino también en los rincones oscuros de los corazones humanos, donde las sombras siempre acechan, esperando ser
derrotadas por la luz.
- Obtener enlace
- X
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
Comentarios
Publicar un comentario