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Refiere Gregorio en el Libro de los Diálogos que, cuando las cosechas de un hombre fueron quemadas por la maldad de otro y quedaron en el campo, el hombre de Dios las había llevado él mismo por su pobreza extrema. No le quedaba ya sustento para el año ni para sus ministros, aunque era obispo. Entonces, alguien le anunció la noticia y le dijo:
"¡Ay, ay! ¿Por qué te ha ocurrido esto?"
Él, sin alterarse y con mente tranquila, respondió:
"Hijo, ¡ay de aquel que lo hizo! Porque a mí no me ha sucedido nada. Ha cambiado el orden de la naturaleza. Dios, al permitir que la tierra se vuelva más vil y débil, hace que todo lo terrenal sea menos digno en comparación con el hombre y Dios. El alma, que es como el cielo de Dios, desea unirse a la tierra."
La avaricia es la causante de las maldiciones.
Se lee que, en tiempos de un príncipe malvado, cuando el beato Arsenio estaba en la corte del emperador, observó cuántos males ocurrían a causa de la avaricia. Entonces, abandonó la vida mundana y se hizo ermitaño.
Cuando los santos padres le preguntaron qué males había visto en las riquezas, Arsenio respondió:
"Así como un alimento maldito por un hombre santo no debe comerse ni aunque venga de un amigo, ¡cuánto más debemos abstenernos de alimentos rechazados por Dios! Y como las riquezas avaras están diez veces maldecidas en la Sagrada Escritura, no deben usarse. Pues quien acumula riquezas perecederas, acumula también sufrimientos eternos. Por ello, glorifico y bendigo a Dios, que me ha llevado hasta Él."
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