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San Francisco asegura que incluso en los alimentos necesarios para sostener la naturaleza humana se puede encontrar la bendición eterna. Aunque fueran manjares groseros, estos alimentos eran transformados por la mortificación, que producía tesoros de merecimientos.
Por ello, tierna y sentidamente repetía en sus Cogitaciones y Soliloquios el Doctor Seráfico:
"Alma, ¿qué haces? Piensa y considera atentamente el súper suculum (manjar suavísimo) que en la mesa celestial te preparan los Espíritus Angélicos. ¡Qué dulzura imaginas que hay en aquellos purísimos deleites del gusto, sin los ascos y vilezas de los manjares más preciados y deseados de aquí!
alma, ayuna mientras vivas en este valle de lágrimas! Si se te diese a probar una sola migaja de las que caen de la Mesa Eterna, ¡cuán impacientemente desearías salir de este destierro y alcanzar tu Patria! O si gustases una gota de aquel licor suavísimo celestial que tienes reservado en el cielo, ¡qué viles y amargas te parecerían todas las delicias de los manjares de la tierra!"
San Pedro, según señala San Gregorio Nacianceno, vivía con gran austeridad. No solía comer cada día sino tan solo lupinos o altramuces, alimentos simples y humildes.
Reflexión final
Los santos nos muestran que incluso lo más sencillo, ofrecido con devoción y acompañado de mortificación, puede adquirir un valor eterno. Los deleites celestiales que nos esperan superan en suavidad y perfección cualquier placer terrenal, haciéndonos ansiar la unión con Dios en la vida eterna.
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