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Apocalipsis 17:4-6
"Y la mujer estaba vestida de púrpura y escarlata, adornada con oro, piedras preciosas y perlas, y tenía en la mano una copa de oro llena de abominaciones y de la inmundicia de su fornicación.
Amados hermanos en Cristo,
llamado del Señor a apartarnos del camino de la perdición, representado en la visión de Babilonia, la gran ramera, descrita en el Apocalipsis. El ángel, en su revelación a San Juan, nos muestra la decadencia moral de una sociedad que, deslumbrada por las galas, las riquezas y los placeres mundanos, se precipita hacia el abismo de su propia destrucción.
El brillo que ciega y seduce
La mujer de Babilonia, vestida de púrpura y oro, representa a las naciones y almas que han caído en el exceso. Sus ropajes y joyas son símbolos de la vanidad, pero no solo de la vanidad externa. San Bernardino advirtió sobre aquellos que se "fardan" con atuendos que incitan al escándalo. Esta actitud no es nueva: ya Séneca reprendía estas prácticas entre los gentiles, y nuestros teólogos cristianos no han dejado de condenarlas.
Hoy en día, esta imagen sigue viva en la forma en que muchos buscan destacar por encima de los demás, no por sus virtudes, sino por lo superfluo. En la búsqueda de agradar aabras de nuestro Salvador: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?" (Marcos 8:36). los hombres, olvidan agradar a Dios. La sociedad actual nos empuja a este afán de apariencias, donde los vestidos, los bienes materiales y los placeres se convierten en los ídolos de nuestra era.
La copa dorada de la corrupción
En su mano, Babilonia lleva una copa dorada, pero su contenido está lleno de inmundicia y fornicación. Esto nos recuerda que las apariencias engañan: aquello que parece valioso y deseable puede ocultar el veneno que nos aleja de Dios. Así es como el mundo nos ofrece placeres momentáneos, que embriagan el alma, pero cuyo precio es la separación del Señor.
Amados hermanos, no permitamos que esa copa nos seduzca. Recordemos las palabras de nuestro Salvador: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?" (Marcos 8:36).
La bestia que sustenta la perdición
El texto sagrado nos muestra cómo esta mujer es sostenida por una bestia, símbolo de poderes malignos que buscan perpetuar el pecado y la idolatría. No solo se destruyen a sí mismos, sino que arrastran a otros a compartir su destino.
Hoy en día, esas bestias son las ideologías, los sistemas y las estructuras de pecado que nos llaman a conformarnos con un mundo que ignora a Dios. Permitir que tales influencias guíen nuestras vidas nos convierte en cómplices de las atrocidades que inevitablemente se derivan de esa corrupción: divisiones, celos, venganzas y destrucción.
El llamado a desterrar las sirenas del pecado
El ángel que mostró esta visión lamentó la falta de previsión de los príncipes y gobernantes que no desterraron a las rameras y sirenas del pecado. Y así, los estragos y muertes bañaron la ciudad. Isaías lloró por este mismo motivo: la negligencia de aquellos que tenían el poder de corregir los caminos torcidos.
Hermanos, el llamado de este pasaje es claro: no basta con lamentar el mal que nos rodea; debemos actuar. Es nuestra responsabilidad como cristianos apartarnos del pecado, denunciar la injusticia y luchar por una sociedad que refleje los valores del Reino de Dios. Cada uno de nosotros es un príncipe en su propio hogar, en su comunidad, en su entorno. Si no desterramos las influencias corruptas, somos responsables de las consecuencias.
Conclusión: Vivir como ciudadanos del Reino
Al reflexionar sobre este pasaje, recordemos que el Señor nos llama a no conformarnos con este mundo, sino a ser transformados por la renovación de nuestro entendimiento (Romanos 12:2). No permitamos que el brillo de Babilonia nos ciegue. En lugar de buscar los falsos placeres del mundo, busquemos la pureza, la humildad y la justicia que agradan a nuestro Padre celestial.
Que podamos, como comunidad de fe, desterrar las sirenas del pecado y construir una vida centrada en Cristo, porque solo en Él hallaremos la verdadera riqueza, la paz eterna y la salvación de nuestras almas.
Amén.
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