su estrategia principal es atrapar al hombre en sus propias negligencias

La Lucha contra la Presunción y el Regreso a la Humildad"

 Jerónimo cuenta en la vida del abad Luan, un monje favorecido por Dios, que un ángel le preparaba la mesa cada día y le daba un pan del cielo muy blanco. Después de sus largos y devotos ejercicios, un día comenzó a entrar en su corazón una pequeña centella de presunción sobre sus propios ejercicios y virtudes. Empezó a estimarse a sí mismo y, al mismo tiempo, su devoción comenzó a decaer, sintiendo que Dios lo había abandonado. Sus pensamientos comenzaron a dispersarse por diversas cosas, y poco a poco los pensamientos impuros y torpes comenzaron a manifestarse. 

Aunque al principio venían disfrazados, pronto se hicieron evidentes, pero la costumbre de sus buenos ejercicios lo llevó a cumplir con ellos a sus tiempos.

Sin embargo, al ver que todavía le ponían la mesa del cielo, pensó que se encontraba en su antiguo estado espiritual y no le dio importancia a su estado de negligencia. Un día, al sentarse a comer, vio que el pan que le daban ya no era el mismo, y aunque lo comió, sintió gran tristeza. A medida que crecían sus pensamientos malos, aumentaba su negligencia, y el pan que le daban empeoraba. Hasta que un día, encontró un pan tan malo que apenas pudo comerlo. Ese día, un ejército de pensamientos y demonios lo atacó de tal forma que se sintió decidido a volver al mundo y entregarse a la inmundicia.

Cautivo de sus pensamientos, salió de su celda una noche y tomó el camino hacia Egipto. Al amanecer, vio unas celdas de monjes y, queriendo descansar, se dirigió a una que encontró más cerca, donde

estaba sirviendo a otros monjes, preparando la mesa para ellos, cuando un grupo de monjes se le acercó y le pidió que les hablara de algo que edificara su alma y los ayudara a liberarse de los lazos del enemigo (el demonio). Viéndose presionado a hablar, recordó cosas que tocaban su corazón y lo convirtieron a sí mismo. Afligido, exclamó: "¡Ay de ti, cautivo pecador! ¿No haces lo que dices? ¿En qué estado te has puesto, hijo pródigo, que antes abundabas en paz en la casa de tu padre? ¿A dónde vas ahora, cautiva hija de Sión?"

Con estas palabras de arrepentimiento, se levantó, corrió de regreso a su celda, y se postró ante Dios, diciendo: "Si Dios no me hubiera ayudado, mi alma habría caído en los infiernos." Vestido de cilicio (una prenda áspera usada para la penitencia), clamó con fuerza a Dios, y a través de ayunos y penitencia, se restauró. Se humilló, huyendo de toda presunción, pero, aunque su arrepentimiento fue sincero, Dios no le devolvió la mesa celestial que le había sido dada en el pasado. En cambio, él se sustentó con el pan de sus lágrimas, recordando los favores que había perdido por su orgullo.

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