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Viviendo en esta pompa y fasto mundano, olvidada de la penitencia, en que sus hermanos gastaban la vida, sucedió que enviaron a nuestro Padre San Bernardo a fundar el monasterio de Claraval, donde su fama comenzó a extenderse por toda Francia. Y deseando Umbelina verle a él y a los demás hermanos, alcanzó licencia de su marido para hacer esta jornada, en la cual fue con tanto fasto y acompañamiento de gente a pie y de a caballo, y con tantas damas vestidas curiosa y ricamente, que no pudiera salir la Reina de Francia con más aparato. Y llegando a Claraval, donde vivían aquellos siervos de Dios en humildad profundísima, no cabiendo juntos los estruendos de la soberbia de Umbelina con la quietud y pobreza de Bernardo, se agravió tanto de ella, viendo que venía a buscarle de tal modo, que no la quiso ver, por más diligencia que en esto puso, diciendo que era lazo del demonio con el que quería cazar, o al menos inquietar a los religiosos. Sólo Andrés, su hermano menor, que era portero de Claraval, la vio para darle el recado del Santo Abad, y extrañándole las galas con que venía adornada, la reprendió asperamente, diciendo que todos aquellos brocados no eran otra cosa más que ornato de un poco de tierra, en que se encerraba un alma destinada al infierno. Tanta lástima causaron estas palabras en el corazón de Umbelina, que le respondió, deshecha en lágrimas: "¡Oh desdichada de mí!, ¿no vino Dios al mundo para redimir a los tales?
Antes, porque soy miserable y conozco mis defectos, vengo a buscar el remedio entre quienes me lo pueden dar, y a pedir consejo a los Santos, pues no me falta voluntad de ponerlo por obra. Y pues soy tan poco venturosa que llega un hermano a quien tanto quise, a despreciar la visita que le vengo a hacer con el cuerpo, por las llagas de Jesucristo, a quien imito; que no desprecie la de mi alma. Véngame y game, y después aconsejeme, que tan pronta vengo para obedecerle, como él podrá venir para mandarme."
Fue Andrés con esta respuesta a nuestro Padre San Bernardo, el cual se ablandó mucho con la humildad de su hermana, y llamados todos sus hermanos, la hizo visitar.
Y cuando llegaron a verse, estuvieron mirándose el uno al otro sin poder hablar por un gran rato, derramando ambos muchas lágrimas, aunque con diferentes intenciones. Porque Umbelina lloraba de compasión natural, viendo trocada la hermosura y gentil disposición de su hermano en un espectáculo de penitencia, y nuestro glorioso Padre llorab
a…
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