su estrategia principal es atrapar al hombre en sus propias negligencias

El Santo que Renunció al Trono para Servir a Dios.

San Hugon fue de nación francés y nació en la provincia del Delfinado, en un pueblo llamado Castronio, cerca de la ciudad de Valencia. Sus padres fueron nobles y virtuosos. El padre se llamaba Odilon, y siendo soldado, fue tenido por hombre verdadero y honesto, porque por ninguna cosa se apartaba de la verdad. Habiendo sido casado dos veces, no conoció otra mujer, sino las suyas.

Siendo ya viejo, olvidado de su edad y del regalo de su casa, con gran fervor se abrazó con la áspera y rigurosa vida de la Cartuja, que, siendo su hijo obispo, comenzó, y en ella vivió dieciocho años, con tan raro ejemplo de humildad y perfección que los otros monjes le miraban como un vivo retrato de toda religión y virtud. En esta vida acabó santamente, siendo de edad de cien años, el padre de Hugon.

La madre, deseando imitar a su marido y dejarlo todo, no lo hizo por consejo de Hugon, su hijo; antes se quedó en su casa criando a los demás hijos que tenía, en el temor del Señor, y gastando el tiempo en oraciones y ayunos, y la hacienda en remediar a los pobres y en otras santas obras. Al padre y a la madre asistió el santo hijo a la hora de su muerte, y les administró los santos sacramentos y dio a sus cuerpos sepultura.

Estando su madre preñada de él, tuvo una visión en sueños. Parecíale que había parido un niño muy gracioso y hermoso, y que el apóstol San Pedro y otros santos le tomaban y le llevaban al cielo, y le presentaban ante el acatamiento del Señor. Con esta visión, la madre de Hugon quedó muy consolada, y cuando lo parió, lo crió con mayor cuidado. Cuando fue de edad, lo aplicó al estudio; y él se dedicó tan de veras a él, que después salió de su casa y anduvo por otras tierras y universidades para aprender más perfectamente las ciencias. Pasando algunas veces mucha pobreza y necesidad, por ser de suyo muy modesto, vergonzoso, encogido y enemigo de pedir nada a nadie.

Volvió a Valencia, su patria, y allí alcanzó una canongía. Dio tan buen ejemplo y ganó tanto la voluntad de todos, que, viniendo por legado del sumo pontífice Gregorio VII un cardenal, llamado también Hugon, como él, le rogó que le acompañase y le siguiese en aquella legación, por las buenas nuevas que había hallado de su virtud, nobleza, letras y generosas costumbres. Nuestro Hugon lo hizo, y su trabajo fue de no poco provecho para el legado, el cual le llevó consigo a Aviñón.

Estando allí, celebrando un concilio provincial, vinieron a él los canónigos de Grenoble y suplicaronle con mucha instancia que les diese por obispo a nuestro Hugon para su iglesia catedral, que estaba sin pastor, por las grandes partes que sabían que él tenía para llevar sobre sí aquella gloria de Dios y bien de sus ovejas. El legado se holgó mucho con esta demanda, tanto por lo que quería y estimaba a Hugon como por el provecho que esperaba, ya que por su medio esperaba que resultara para aquella Iglesia. Propúsolo a Hugon, y él se excusó, alegando su poca edad, que no tenía más que veinte y siete años, y su insuficiencia, suplicando con muchas lágrimas al legado que no le mandase una cosa tan dificultosa, ni le echase carga que no pudiera llevar.

Pero el legado, entendiendo que aquella resistencia nacía de humildad, insistió y apretó a Hugon para que aceptase aquella dignidad y se fuese con él a Roma, para ser consagrado por el sumo pontífice Gregorio VII. Así lo hizo.


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