su estrategia principal es atrapar al hombre en sus propias negligencias

Santa Algina: La Real Princesa que Renunció al Mundo para Servir a Dios"



Santa Algina, hija legítima y natural del poderoso rey Alfredo, señor de la Occidental Saxonia, fue reconocida por su nobleza y virtudes. 

Aunque algunos detalles sobre su madre pueden ser desconocidos o callados, sabemos que su madre fue una mujer de gran virtud, aunque su nombre no siempre se menciona en los relatos históricos. En el Evangelio, la madre de los hijos de Zebedeo (Salomé) se presenta como una figura admirable. La Santa fue reconocida por ser madre de dos gloriosos santos, lo cual basta para demostrar la grandeza de su virtud.

El nombre de la reina madre se calla, pero celebramos a Santa Algina con la mención de que fue madre de una santa, destacando su ascendencia. Las virtudes de Santa Algina fueron muchas. Despreció las pompas del mundo, rompió los lazos de la vida mundana y, con un notable ejemplo de desapego, cambió la púrpura real por la sagrada túnica del príncipe de los monjes, San Benito. Cambió la riqueza y los manjares de palacio por la pobreza, la abstinencia, los ayunos y una vida austera en una celda estrecha. En el Real Convento de Schatesburg (fundado por su padre, el rey Alfredo), vistió el hábito de San Benito y se dedicó a la vida monástica con gran fervor.

Santa Algina observó rigurosamente la regla de San Benito, aplicándose con devoción al coro, la oración y la relación constante con Dios. Aborrecía todo lo que pudiera interrumpir su relación con Él, buscando siempre mantener su carne sujeta al espíritu mediante la mortificación, los ayunos, las vigilias y las penitencias. Fue fervorosa en la oración y especialmente virtuosa en la humildad.

Con esta virtud fundamental, Santa Algina hizo que sus reales prendas y riquezas fueran agradables a Dios, lo que la convirtió en una persona muy venerada en su comunidad. Cuando surgió la vacante en el convento, fue elegida como abadesa, y demostró la sabiduría de esa elección a través de su devoción y diligencia. En su cargo, se dedicó incansablemente al bienestar de sus hijas espirituales, trabajando y desvelándose por ellas. No solo procuraba el bienestar temporal del convento, sino que, siguiendo el ejemplo de Cristo, se ocupaba de asegurar su vida espiritual, guiándolas a la gracia y la gloria eterna, según la observancia puntual de la santa regla.

Santa Algina fue incansable en su labor, siendo siempre la más puntual en todas las obligaciones monásticas, no aceptando excepciones por su cargo o su origen real. Era un modelo de perfección y un claro espejo de virtudes para todas las religiosas. Gobernó su comunidad con gran acierto y, tras una vida llena de méritos, falleció el 1 de enero, en el año de la Encarnación del Divino Verbo, partiendo a la patria celestial.

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