su estrategia principal es atrapar al hombre en sus propias negligencias

Así tan seguro duermes, estando expuesto a tan mortal peligro,de perder tu alma?

 


En un tiempo de fervor y recogimiento espiritual, muchos aspiraban a ser tocados por la divina presencia que los santos habían experimentado. 

Entre ellos, un monje llamado Moisés, anhelante de imitar la vida ejemplar de los grandes maestros, se acercó con humildad a aquellos intercesores que adornaban el desierto con sus virtudes. A través de sus plegarias, Moisés fue aceptado como discípulo de uno de los más grandes maestros espirituales de la época, quien, tocado por la sinceridad de su espíritu, comenzó a impartirle las enseñanzas celestiales que le permitirían alcanzar la perfección.

Este maestro le enseñó a Moisés las profundidades de la sabiduría divina y lo ejercitó en labores que fortalecieran su cuerpo y espíritu. Un día, le encargó una tarea sencilla: debía ir a un terreno cercano y trabajar en la siembra de un pequeño huerto. Era un día caluroso de agosto, el sol abrasaba la tierra, y el aire estaba cargado con el peso del calor. Moisés, agotado por el trabajo arduo, decidió buscar refugio bajo una enorme roca. Allí, el cansancio le venció, y pronto se quedó dormido.

Sin embargo, en ese mismo momento, el cielo y la tierra parecían inquietarse. En un rincón del monasterio, el venerado Padre Climaco, en profunda meditación, experimentaba un sueño místico. En su sueño, vio a un hombre de rostro alargado y vestiduras humildes, quien le despertaba con una severidad inusitada.

"¿Así tan seguro duermes, Moisés, estando expuesto a tan mortal peligro?", le dijo la figura en su sueño. Despertó sobresaltado, lleno de temor por la seguridad de su querido discípulo. Sintió la urgencia de orar fervorosamente para librarlo de cualquier mal.

Esa misma tarde, cuando Moisés regresó, el Padre Climaco le preguntó, con preocupación, si había sucedido algún accidente inesperado. Moisés, algo inquieto pero tranquilo, le relató lo sucedido:

"Un peñasco de tamaño descomunal estaba por caer sobre mí mientras dormía, pero fue tu voz, Padre, la que me despertó a tiempo. No sabía si había sido un sueño o una voz real, pero de alguna manera, me salvó."

El Padre Climaco, asombrado por lo ocurrido, comprendió la gracia divina que había intervenido, a través del sueño y la oración, para proteger a su discípulo. Moisés, agradecido y con el alma en paz, siguió su camino, ahora más convencido de la poderosa protección que la oración y la fe pueden ofrecer incluso en los momentos de mayor peligro.


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