su estrategia principal es atrapar al hombre en sus propias negligencias

El Señor no despreciará nuestras súplicas.

 


un monje llamado Isaac, como fuese en una ocasión acometido por las bravezas ardientes del lujurioso espíritu, y se viese miserablemente despojado de aquel infernal incendio, acudió veloz a ese soberano médico; y, bañado su rostro de un triste y vergonzoso color, le descubrió con lágrimas y sollozos la horrenda brecha que le hacía el enemigo carnal con la furia de aquella interior batalla. Admirado el santo de su lealtad, fe y profunda humildad, le consoló con estas suaves palabras: "Estemos, hijo, firmes los dos en oración, que el omnipotente y clementísimo Señor..."

El Señor no despreciará nuestras súplicas. Empezado este divino ejercicio, aún no completada la humilde oración, estando aún postrado en tierra el doliente hermano, se vio libre, por un raro milagro, de aquella entrañada enfermedad; y rompió gozoso, diciendo: "La voluntad de su Siervo, hizo el Señor" (Salmo 114). Para que quedase testificado con este hecho, se cumplió la profecía de aquel verdadero profeta: lograrán esfuerzos, o por su oración atentísima, como con cruel azote, espantar con ignominia aquella venenosa serpiente que, con su ponzoña ardiente, inflama peligrosamente el apetito de la carne.

Viendo libre de la enfermedad que antes lo consideraba desahuciado, sin sentir el más leve ardor ni ligera perturbación, y asombrado por el prodigio, rindió humildemente infinitas gracias al Señor y a su famoso Siervo Climaco

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