su estrategia principal es atrapar al hombre en sus propias negligencias

Fe y Destino en la Gran Pestilencia de Roma

 


Durante la gran pestilencia que azotó Roma, el obispo Melitón, quien ya se encontraba muy enfermo y próximo a morir debido a la enfermedad, estaba sumido en la oración y en su preparación espiritual para lo que sentía sería su final. En medio de este tiempo de sufrimiento, llegó a él Félix, un hombre piadoso que se acercó para darle consuelo en sus últimos momentos. Al verlo, Félix, con voz llena de reverencia y esperanza, le dijo: “Dios quiera que sepas lo que está por venir”.

Melitón, aunque estaba débil, reaccionó con serenidad y, levantando su mirada hacia el cielo, respondió: “Yo recibí del ángel una carta del cielo, escrita con letras de oro. En esa carta se me dijo que moriría en este tiempo, y que conmigo partirían fulano y fulano, los cuales también estaban destinados a ser llamados en este gran sufrimiento.” El anciano obispo, con tranquilidad en su voz, continuó: “Y como me fue dicho, así sucedió. Lo que el ángel me transmitió es cierto y se cumplió tal como estaba escrito, indicando que sus nombres, al igual que el mío, estaban ya escritos en el libro de la vida, donde se guardan los destinos de los justos”.

Estas palabras de Melitón no solo reflejaban su profunda fe y su aceptación serena ante la muerte, sino también una revelación espiritual que le otorgaba una comprensión especial sobre el sufrimiento y la vida eterna. Según su visión, la muerte no era un final sino un paso hacia un destino ya predeterminado, y los nombres de aquellos destinados a morir en la plaga estaban sellados en ese libro celestial, como parte de un plan divino.

La escena de esta conversación entre Melitón y Félix era vista como un momento de gran fe. Los que escucharon este relato comprendieron que el sufrimiento y la muerte no solo eran inevitables en la vida humana, sino que podían estar profundamente conectados con la voluntad divina, mostrando que incluso en los momentos de desesperación y dolor, Dios tiene un propósito superior y todo sigue un orden celestial.


Comentarios