La ceguedad y el pecado de la lascivia

La ceguedad es una compañera habitual y, además, funesta del pecado de la lascivia. 

Es la plaga con la que Dios, como un justo juez, castiga a los deshonestos. Su divina majestad permite que los deseos desordenados castiguen al hombre por sí mismos, derramando ceguedad en aquellos que se deleitan en ellos.

San Pablo dice: "Ellos se entregaron a la deshonestidad, y Dios los abandonó a los deseos desenfrenados de su corazón y a los extravíos de su razón ciega, que los llevaron a cometer acciones indignas de hombres."

 Una vez que alguien se deja dominar por esta pasión, empieza a perder la luz de su razón. Si todavía queda en ellos alguna chispa de discernimiento, su único propósito es apagarla, porque estas luces les resultan molestas, al perturbar la pasión que domina su corazón. Por eso intentan deshacerse de ellas.

Cuando los ancianos deshonestos tramaron su perverso plan contra la castidad de Susana, la Escritura afirma que perdieron su juicio y discernimiento. 

La pureza eleva a los hombres al nivel de los ángeles, mientras que la deshonestidad los degrada, haciéndolos semejantes a las bestias. Se pierde la razón cuando se pierde la honestidad.

 privación de la luz de la gracia

El pecado de la lascivia no solo ciega al hombre privándolo de la luz de la razón, sino que también lo despoja de la luz de la gracia. El Espíritu Santo dice: "La sabiduría no puede entrar en un alma impura ni habitar en un cuerpo contaminado por el pecado" (Sabiduría 1).

Dios aborrece todos los pecados, ya que su purísima mirada no puede tolerarlos; pero tiene una oposición particular hacia la deshonestidad. Él no comunica sus luces a las almas entregadas a la lascivia. Antes se unirían la luz y las tinieblas que la pureza de la gracia con la lascivia del corazón.

Y si Dios, en un acto milagroso, comunicase alguna de sus luces a un alma lujuriosa, ¿estas luces podrían hacer algún efecto en ella?