- Obtener enlace
- X
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
- Obtener enlace
- X
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
Me llamo Patricia, y hoy quiero contarles mi historia, no para justificarme, sino para que alguien aprenda de mis errores.
Hace unos años, mi matrimonio con Armando parecía tambalearse. Él era el amor de mi vida, pero algo se había roto entre nosotros. Se mostraba distante, frío, y yo sentía que estaba a punto de perderlo. En mi desesperación, acudí a una conocida que, según se decía, sabía mucho de "esos temas".
No era una "bruja poderosa" ni algo así, sino una mujer que decía entender las energías y los amarres. Con una calma que daba miedo, me aseguró que podía hacer que Armando volviera a mí como el hombre que alguna vez fue. Todo lo que necesitaba era una foto de nosotros juntos, una prenda suya y un poco de mi cabello.
La noche del ritual fue extraña. No hubo velas negras ni cantos macabros. Todo parecía sencillo, casi banal, como si no estuviera haciendo algo tan peligroso. Me repitió: “Él volverá a ti, pero debes saber que no puedes forzar el amor. Todo tiene un precio”. Yo, ciega por mi obsesión, lo ignoré.
Al principio, funcionó. Armando cambió. Era atento, cariñoso, y me buscaba con una intensidad que no recordaba. Pero pronto esa intensidad se volvió sofocante. Estaba siempre a mi lado, incluso cuando no quería que lo estuviera. No había espacio para respirar, para pensar.
Luego comenzaron las cosas extrañas. Armando ya no parecía él mismo. Su mirada era vacía, casi apagada, y aunque seguía conmigo, había algo en él que me hacía sentir incómoda. Una noche lo escuché llorar en el baño. Cuando le pregunté qué sucedía, solo dijo: “No sé qué hago aquí… no puedo irme”.
Los días se volvieron más oscuros. La casa comenzó a sentirse fría, incluso cuando hacía calor. Las luces parpadeaban sin razón, y el perro, que siempre había amado a Armando, ahora le gruñía como si lo temiera. Yo misma sentía una sombra constante sobre mi hombro, una presencia que no podía explicar.
Lo peor llegó una madrugada. Me desperté y lo vi parado al pie de la cama, mirándome fijamente. No decía nada, no se movía. Solo estaba ahí, como una estatua, con los ojos vacíos. Sentí un frío recorrerme la espalda. Cuando finalmente habló, su voz sonó como si viniera de otro lugar: “Esto no está bien. Esto nunca debió pasar”.
Aquella noche, finalmente entendí que algo más grande se había desatado, algo que yo no podía controlar. Abrumada por la culpa y el miedo, recé como nunca antes lo había hecho. Entre lágrimas, supliqué por ayuda, y esa misma noche tuve un sueño que cambió mi vida.
Soñé con la Virgen María. Se presentó con una luz que llenaba todo, cálida y tranquilizadora. Me miró con compasión, como una madre que entiende las faltas de sus hijos, pero que también los ama incondicionalmente. En su mirada había una paz que no puedo describir con palabras. Ella me dijo: “El amor no se fuerza, hija mía. Pero si buscas mi ayuda y te arrepientes de corazón, encontrarás el consuelo que necesitas”.
Desperté llorando, con una sensación de alivio que no había sentido en mucho tiempo. Al día siguiente, fui a la iglesia católica más cercana y hablé con el sacerdote. Le conté todo: mi error, mi desesperación y lo que había hecho. Él me escuchó sin juzgar y me guió en un proceso de confesión y liberación espiritual. Durante la misa, mientras rezaban por mí, sentí cómo una carga inmensa se desprendía de mi pecho.
Armando me dejó poco después, pero esta vez entendí que su partida era parte de un plan mayor, uno que yo debía aceptar. La casa volvió a llenarse de paz, y aunque aún recuerdo lo que hice, ya no siento la sombra de la culpa ni la angustia.
Moraleja: El amor no se fuerza, y nuestras acciones tienen consecuencias. Las energías del mundo espiritual no son un juego, pero en Dios siempre hay una oportunidad de redención y consuelo. Confía en Él, y encontrarás la paz que ningún atajo puede ofrecerte.
- Obtener enlace
- X
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
Comentarios
Publicar un comentario