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Un día, San Macario Alejandrino sintió el deseo de visitar el sepulcro para rezar por las almas del purgatorio. Allí se encontraban los cuerpos de los hechiceros antiguos, Janes y Jambres, de quienes había oído muchas historias.
Para llegar al lugar, debía atravesar el desierto de Egipto. Tomó un haz de bastones y los iba clavando en el suelo a intervalos para poder encontrar el camino de regreso.
Sin embargo, los demonios le iban quitando los bastones para que no pudiera orientarse. Al llegar al sepulcro, salió un ejército de demonios, negros como cuervos, dando grandes voces y diciendo:
—¿Por qué vienes a inquietarnos? ¿Qué te hemos hecho aquí?
Intentaron arrancarle los ojos, pero San Macario les respondió:
—jesucristo los ate y los reprenda!!
Los demonios le mostraron manzanas hermosas, pero al partirlas, estaban llenas de un polvo negro y hediondo. Entrando más al lugar, vio muchas vasijas vacías de cobre y un paisaje completamente desolado.
Al intentar regresar, no pudo hallar los bastones que había colocado y se perdió en el desierto. Vagando sin rumbo, se encontró con una loba que lo guió de regreso a su monasterio.
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