de no haber intercedido por él, habría estado en el infierno desde hacía veinte años

Galgano, ciudadano de Siena, llevaba una vida placentera. Sin embargo, San Miguel se le apareció tres veces en sueños y le instó a cambiar de vida y convertirse en soldado de Jesucristo. Galgano quiso seguir este consejo, pero su madre y sus parientes lo persuadieron para que se casara con una mujer hermosa y rica.

Un día, mientras iba a visitarla montado en su caballo, el animal se detuvo repentinamente y no quiso avanzar. Al presionarlo con las espuelas, el caballo habló y le dijo que un ángel lo detenía para que no siguiera adelante. Impactado por esta señal, Galgano decidió retirarse a un desierto, donde llevó una vida de penitencia y oración. Al cabo de un año, falleció a los 33 años, llamado por una voz del cielo para recibir su recompensa. En vida y muerte, fue reconocido por sus milagros.

Por otro lado, Tarentao, arcediano de una catedral en Francia, era devoto de San Miguel y le rendía grandes servicios. Sin embargo, le faltaba lo más importante para agradar al arcángel: una vida recta.

Cuando quedó vacante el obispado de su iglesia, Tarentao pidió fervientemente a San Miguel que lo ayudara a obtener el cargo, argumentando todos los servicios que le había ofrecido. San Miguel se le apareció y lo reprendió duramente por su ambición, diciéndole:

—¡Insensato! ¿Cómo pretendes ser obispo si llevas una vida deshonesta y malgastas las rentas eclesiásticas? ¿Quieres que pida a Dios que entregue sus ovejas a un lobo? ¿Que te dé una dignidad que no mereces y que solo causaría tu perdición?

El arcángel le recordó que, de no haber intercedido por él, habría estado en el infierno desde hacía veinte años por sus pecados. No obstante, le pidió que se arrepintiera sinceramente y llorara sus culpas para alcanzar la salvación.

Tras esta visión, Tarentao pasó el resto de sus días en penitencia y murió con profundo arrepentimiento. En su lecho de muerte, San Miguel estuvo presente.