su estrategia principal es atrapar al hombre en sus propias negligencias

"El Engaño del Último Arrepentimiento: Cuando la Muerte No Da Segunda Oportunidad"

 


Hubo un canónigo en su tiempo que gozaba de grandes rentas eclesiásticas. Vivía nadando entre delicias y regalos, pasatiempos, convites y lujos, con escándalo de la ciudad.

Cuando cayó gravemente enfermo y vio cercana la muerte, llamó al confesor, confesó todos sus pecados con temor y derramó muchas lágrimas, prometiendo enmendar su vida. Recibió el viático y la unción, y al final murió con todos los sacramentos. Su entierro se celebró con gran pompa y ostentación, acompañado de la gente noble. Incluso el mismo cielo pareció honrar su funeral, pues el día se puso sereno con una suave brisa, de manera que todos decían:

—Dichoso hombre, a quien tanto Dios ha honrado en vida y en muerte. En vida, pues recibió tantos bienes del cuerpo: nobleza, hermosura, riqueza y placeres. En muerte, pues ha tenido un entierro solemne y ha muerto como buen cristiano, recibiendo todos los sacramentos con piedad y devoción.

¡Pero qué diferentes son los juicios de los hombres de los de Dios!

Pocos días después, el difunto se apareció a un gran amigo suyo y le reveló que se había condenado y que penaría en los infiernos por toda la eternidad.

El amigo, sorprendido,

le preguntó:

—¿Pero no te confesaste y recibiste los sacramentos?

—Sí —respondió el alma condenada—, pero me faltó el verdadero dolor y el propósito de la enmienda. Aunque prometí cambiar mi vida, en mi interior sabía que, si sanaba, no podría vivir sin mis placeres y deleites. Mi voluntad se inclinaba más hacia mis gustos que hacia un propósito firme de enmendarme. Así, Dios me quitó la vida y me lanzó a los infiernos.

Aquel que en su vida no se acostumbra a hacer firmes propósitos de enmienda, ¿cómo podrá hacerlos en la hora de la muerte?

Se cuenta de un hombre que, en una gran feria, buscaba un caballo. Le mostraban muchos, pero él siempre respondía que no encontraba lo que buscaba. Le preguntaron entonces qué condiciones debía tener el caballo perfecto.

—Ha de tener todo el cuerpo de caballo, pero la cola de oveja —respondió.

Se burlaron de él y lo dejaron por loco.

Más dignos de risa son los pecadores que quieren vivir como caballos desbocados y, al final, pretenden tener el destino de una oveja, situándose a la diestra de los buenos.

Guárdate de que no te suceda lo mismo que a otro hombre, de quien cuenta San Pedro Damián que hizo un pacto con el demonio. Acordó entregarse a él con la condición de que sería avisado tres días antes de su muerte, para poder hacer penitencia. Confiado en este acuerdo, vivió licenciosamente, entregado a banquetes, festines, juegos, torpezas y todo tipo de vicios.

Llegó el tiempo de su muerte y el demonio cumplió su palabra: lo avisó tres días antes. Sus amigos le insistían para que se confesara, pero cuando le hablaban de confesión, un profundo sueño lo invadía y no había manera de despertarlo. Si le hablaban de otras cosas, estaba completamente despierto.

Le gritaban:

—¡Mira que vas a morir y se acaban tus tres días de vida!

Pero ni aun así despertaba. Finalmente, cayó en un letargo del que nunca despertó y murió al cumplirse los tres días. Entonces, unos mastines horribles cercaron su cuerpo y lo llevaron a donde su alma penaría por toda la eternidad.

A nadie le parezca que, viendo la muerte en sus ojos, hará verdadera penitencia, pues este hombre tuvo la oportunidad y aun así se condenó.


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