su estrategia principal es atrapar al hombre en sus propias negligencias

Sangre y Fe: Los Once Mártires que Inspiraron a Japón

Nueve días después de que cinco mártires cristianos recibieran su gloriosa corona, el gobernador Gonrocu ordenó la ejecución de otros once fervorosos creyentes. Era el miércoles 27 de noviembre, y el lugar elegido fue el mismo donde los primeros mártires habían entregado sus vidas. Este sitio, conocido como el Lugar Santo de los Mártires, se había convertido en un símbolo de resistencia y fe para la comunidad cristiana.

El crimen de estos once hombres fue simple: vivían cerca de las casas donde habitaban los religiosos de Santo Domingo y de la Compañía de Jesús. En virtud de una ley despiadada, se presumía que estaban al tanto de la presencia de los proscritos en dichas residencias. Sin embargo, fuera cierto o no, Dios otorgó a su muerte un mérito extraordinario.



El gobernador Gonrocu, en un intento por quebrar su fe, les ofreció un trato: si renegaban de su religión, se les perdonaría la vida y se les devolverían sus bienes, ya confiscados. De los doce hombres capturados, solo uno cedió a la tentación y apostató. Los once restantes, firmes en su convicción, escribieron una promesa al Provincial de la Compañía de Jesús, quien les había enviado un sacerdote para asistirlos. En ella, juraron permanecer fieles a Dios, sin importar la muerte que les esperara.

El día de la ejecución, los once hombres se presentaron vestidos con sus mejores galas, sus rostros radiantes de valor y alegría. Acompañados por una multitud de fieles, caminaron hacia el Lugar Santo de los Mártires. Uno tras otro, fueron decapitados mientras los niños entonaban cánticos y los cristianos derramaban lágrimas de dolor y admiración.

#Tomás Cotenda Kiumi: Un Mártir Ilustre

Entre los once mártires, destacaba Tomás Cotenda Kiumi, un hombre de noble linaje y virtudes ejemplares. Hijo de D. Gerónimo Kiumi, señor de dos islas y pariente cercano del rey de Firando, Tomás había sido bautizado por los Padres jesuitas a los ocho días de su nacimiento. Creció en el Seminario de la Compañía de Jesús, donde se educó junto a otros jóvenes nobles.

Desde el inicio de la persecución, Tomás decidió mantenerse fiel a su fe, incluso si eso significaba renunciar a su familia y amigos. Se exilió voluntariamente con su padre, llevando una vida discreta en Nagasaki durante veinte años. Durante ese tiempo, se convirtió en un modelo de virtud: ayunaba tres días a la semana, llevaba un áspero cilicio bajo su ropa y pasaba noches enteras en oración frente al Santísimo Sacramento.

Su mayor deseo era alcanzar el martirio, y cuando supo que su hora había llegado, estalló en una alegría indescriptible. Aunque lamentaba morir de un simple golpe de sable—hubiera preferido ser quemado a fuego lento—, aceptó su destino con gratitud. Tomás recibió su corona de mártir a los cuarenta y un años de edad.

#Antonio Kimura: Un Joven de Fe Inquebrantable

Otro mártir que merece especial mención es Antonio Kimura, un joven de veintitrés años y pariente del hermano Leonardo Kimura, un jesuita martirizado años atrás. A pesar de los intensos esfuerzos por hacerle renunciar a su fe, Antonio se mantuvo firme. “Prefiero renunciar al imperio del Japón”, respondió a quienes intentaban persuadirlo.

Al llegar al lugar de la ejecución, Antonio preguntó a los verdugos dónde exactamente había muerto su pariente Leonardo. Cuando le señalaron el lugar, se arrodilló, besó el suelo sagrado y lo regó con lágrimas de devoción. Luego, se levantó con serenidad y presentó su cuello al verdugo.

#Los Nueve Restantes: Héroes Anónimos

Los otros nueve mártires, aunque menos conocidos, no fueron menos valientes. Entre ellos se encontraban:

- Matías Nacano, Román Matevoca y Matías Cozaca, naturales de Omura.

- Juan Montaiana y Alejo Nacamura, del reino de Figen.

- León Nacanixi de Amanguchi, de cuarenta y tres años.

- Bartolomé Xeki de Usuki, del reino de Bungo.

- Juan Ivananga, un anciano sexagenario de Civiga.

- Miguel Takexita, un joven de veinticinco años, admirado por su pureza virginal y su carácter amable.

Todos ellos, sin excepción, enfrentaron la muerte con una fe inquebrantable, dejando un legado de valentía y devoción que perduraría en la memoria de los cristianos de Japón.

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