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Queridos hermanos y hermanas en la fe,
el mayor campo de batalla no está fuera de nosotros, sino en nuestro propio corazón. El demonio, astuto enemigo de las almas, puede sugerirnos pensamientos, sembrar dudas y poner a prueba nuestra voluntad. Pero recordemos que la caída no proviene solo de la tentación, sino de cómo respondemos a ella.
El demonio lanza las tentaciones, pero somos nosotros quienes decidimos si caemos o resistimos. Las pruebas que enfrentamos nunca sobrepasan nuestras fuerzas; es nuestra propia debilidad, alimentada por deseos impetuosos, la que a menudo nos lleva a la caída.
San Agustín nos ilumina con su sabiduría, diciendo:
"Muchos preguntan: ¿Cómo podremos vencer al demonio? La respuesta es sencilla y profunda: venciendo primero nuestros propios deseos."
Hermanos, no es el demonio quien tiene el poder de vencernos, sino nuestra falta de dominio propio. Si refrenamos los deseos que perturban nuestra carne y debilitan nuestro espíritu, habremos derrotado a nuestro verdadero enemigo.
La Divina Providencia no nos abandona en medio de esta lucha. Es ella quien, en su infinita misericordia, despierta nuestras almas del letargo y sacude el sueño pesado que nubla nuestra visión espiritual. Nos llama a mantenernos vigilantes, a orar con fervor y a ejercitar la virtud de la templanza.
Por eso, les invito a reflexionar:
- ¿Qué deseos impetuosos me alejan de Dios?
- ¿Estoy dispuesto a resistir las tentaciones, confiando en la gracia divina?
Que el Señor nos conceda la fortaleza para resistir, la sabiduría para discernir y la paz que solo proviene de vivir en su voluntad.
Amén.
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