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Si hablamos de necesidad, Ellas sufren intensamente y no pueden ayudarse a sí mismas. Yo no soy santo para mostraros visiblemente su sufrimiento, pero imaginadlo: cientos y miles de parientes, amigos y conciudadanos vuestros están allí, padeciendo porque nadie los socorre.
Vuestro abuelo dejó toda su hacienda, y ahora, porque nadie se acuerda de él, sigue en tormento, quizás hasta el fin del mundo. Y lo más triste es que, aunque su sufrimiento es insoportable, él no puede hacer nada por sí mismo.
¿No os da lástima? Cuando un pobre sano y fuerte pide limosna, se le dice que trabaje para ganarse la vida. Pero, ¿qué haríais si ese pobre estuviera enfermo o impedido? Imaginad un anciano consumido por el hambre, estirando las manos desesperado. Pues os digo que ese anciano es vuestro abuelo.
Para hacer crecer su hacienda, que no tuvo piedad con los pobres. Y ahora sufre, mientras vosotros gastáis en caprichos sin pensar en su alma. ¿No podéis ofrecer siquiera unas monedas para que se diga una misa por él?
Ved aquella mujer inquieta, incapaz de encontrar descanso. Es vuestra bisabuela. Fue una mujer virtuosa, pero quizá intentó conciliar el mundo con Dios, la meditación con el espejo y la devoción con la vanidad.
Los que vivimos aún podemos ayudarnos espiritualmente con penitencia, indulgencias y sacrificios. Pero las Almas del Purgatorio dependen solo de nuestra ayuda. Por eso, siendo ellas las más necesitadas, debemos socorrerlas.
San Ambrosio decía que quien niega el pan a un pobre hambriento, le quita la vida. Con mayor razón podemos decir que quien no ayuda a las Almas del Purgatorio las deja arder en sus llamas. Si no las socorréis, ellas seguirán sufriendo mientras vosotros, que podríais aliviar pena, las olvidáis.
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