su estrategia principal es atrapar al hombre en sus propias negligencias

Señor, no me levantaré de aquí hasta que nos perdones

 


El demonio engañó a Natanael Monje, quien se fue a Paladio. Le sugirió que se mudara de su celda, y cuando él se iba, el demonio salió al camino y se burló de él, diciendo que como le había dicho, así lo haría dondequiera que fuera. 

Entonces, Natanael, avergonzado, volvió a su celda y juró no salir de ella. Los obispos venían a verlo, y él solo salía hasta la puerta para despedirlos y recibirlos, pero nunca más. Murmuraba en contra de los clérigos, pues no honraba más a los obispos, pero él callaba y perseveraba.

Un día, el demonio tomó la forma de un muchacho que llevaba un asno cargado. Estaba lloviendo, y el muchacho cayó al suelo. Llamaba llorando pidiendo ayuda para levantar el jumento. Era de noche, y Natanael dudaba si debía salir. Sin embargo, oró al Señor y luego le dijo en voz alta: "Muchacho, si eres tentador, que Dios te confunda. Si no lo eres, llama a Dios y Él te ayudará. Yo no saldré porque tengo voto de no salir". Entonces, el demonio huyó con gran ruido, dejando un mal olor como testimonio de su presencia. Natanael comprendió la artimaña del demonio.

Paladio también cuenta sobre Marina Monja. Siendo niña, su padre la llevó al monasterio, vestida con hábito de niño. Creció allí, se mantuvo fiel, y le dieron la responsabilidad de cuidar el carro para traer provisiones al monasterio. Sucedió que, al pasar varias veces por la casa de un hombre, la hija de él quedó embarazada de un soldado. 

Por persuasión de ellos, la culpa recayó sobre Marina. Los padres llevaron a la niña al monasterio y dijeron: "Este es hijo de Marina". Entonces, el abad reprendió a Marina, le entregó al niño y la expulsó del monasterio. Marina, en silencio, se arrodilló y dijo: "He pecado". Crió al niño con una cabra y permaneció fuera del monasterio, llorando por su rechazo. Los hermanos intercedieron por ella, y la recibieron nuevamente en el monasterio.

Cuando llegó la hora de su muerte, mientras la estaban preparando para enterrarla, vieron que estaba extremadamente delgada. Llamaron al abad, quien llorando dijo: "Señor, no me levantaré de aquí hasta que nos perdones". Entonces se oyó una voz que dijo: "Porque lo hiciste con ignorancia, te perdono". Llamaron al padre de la adúltera y le mostraron la verdad de Marina. En ese momento, un demonio entró en la adúltera, la atormentó hasta que confesó su pecado, y ella fue liberada, llorando por su arrepentimiento.


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